
El terremoto de magnitud 6.0 que golpeó recientemente el este de Afganistán, fue uno de los más devastadores en la historia del país, con un epicentro a solo 8 km de profundidad, lo que amplificó el daño, causando al menos entre 2,200 y 3,000 muertes, más de 4,000 heridos y la destrucción de unas 8,000 viviendas.
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En México, septiembre siempre es relacionado con la actividad sísmica, basta recordar el terremoto de 1985, con una magnitud de 8.1 que provocó la muerte de 10,000 personas; en 2017 con magnitud de 7.1 y 370 muertes; y en 2022 de 7.7, registrándose 2 muertes.
El periodo de recuperación de un lugar tras un terremoto depende de múltiples factores como la magnitud del sismo, la preparación previa, la infraestructura afectada, los recursos disponibles y la resiliencia de la comunidad.
No hay un tiempo fijo, pero se pueden identificar fases generales:
Respuesta inmediata, que va de algunos días a semanas. En esta etapa se priorizan el rescate, la atención médica y la provisión de refugios, agua y alimentos. En este período, la coordinación gubernamental y de organismos internacionales es clave. Por ejemplo, tras el sismo de México de 2017, las labores de rescate duraron aproximadamente dos semanas en las zonas más afectadas.
Reconstrucción inicial, que va de unos meses a 1 o 2 años. En este tiempo se restablecen servicios básicos como electricidad, agua y transporte. Las viviendas temporales y la reparación de infraestructura crítica son el enfoque. En el caso del terremoto de Haití de 2010, la falta de recursos prolongó esta fase varios años, con muchas comunidades sin servicios básicos estables hasta 2012 o más.
Reconstrucción a largo plazo, que puede ir de los 5 hasta los 10 años o más. En este periodo implica reconstruir viviendas permanentes, infraestructura urbana y revitalizar la economía local. En Christchurch, Nueva Zelanda, tras el sismo de 2011, la reconstrucción completa de la ciudad tomó cerca de una década, con costos estimados en 40,000 millones de dólares neozelandeses. En contraste, en Japón, tras el terremoto de Tohoku 2011, la reconstrucción avanzó más rápido por su alta preparación, pero zonas afectadas por el tsunami aún no se recuperan totalmente.
En promedio, una recuperación funcional puede tomar de 1 a 5 años, mientras que una recuperación completa puede extenderse más de una década, especialmente en sismos devastadores. En el caso del sismo de 1985, existen reportes que la Ciudad de México tardó cerca de 15 años en recuperarse completamente, aunque algunos efectos sociales y urbanos persisten.
En el caso del terremoto de magnitud 7.1 del 19 de septiembre de 2017, cuyo epicentro se localizó en el límite entre Puebla y Morelos, causó daños significativos en Puebla, con 45 fallecidos, afectaciones en 115 municipios y alrededor de 31,000 inmuebles dañados, incluyendo viviendas, escuelas, hospitales y templos históricos.
A casi ocho años de distancia, la recuperación ha sido desigual, muchas zonas urbanas como la capital han avanzado en la reconstrucción de infraestructura básica y viviendas, gracias a fondos federales y esfuerzos locales, pero persisten secuelas notables en el patrimonio cultural, la salud pública y algunas comunidades rurales o periféricas.
Tan sólo, uno de los impactos más visibles fue el colapso parcial del Hospital del IMSS de San Alejandro, que quedó inoperable debido a daños estructurales graves. Su reconstrucción, con una inversión de más de 1,000 millones de pesos, ha avanzado lentamente por problemas administrativos y técnicos y su inauguración se ha pospuesto en más de un par de ocasiones.
En 2017, se dañaron miles de escuelas y hogares, especialmente en la Mixteca poblana y valles centrales. Para 2025, la mayoría de las viviendas temporales han sido reemplazadas, y 98 % de las escuelas afectadas han sido reparadas o reconstruidas, según el gobierno estatal. Sin embargo, en zonas rurales como Atzala o Tochimilco, persisten problemas de subsidios pendientes para familias damnificadas.
Puebla cuenta con uno de los mayores legados coloniales de México y el sismo dañó decenas de templos y monumentos en el centro histórico de Puebla, Cholula, Atlixco y otras localidades. El INAH ha invertido más de 800 millones de pesos en los últimos dos años para restauraciones, con 135 millones adicionales programados para 2025 en 18 obras pendientes.
Se estima que la reconstrucción total de estos sitios se completará hasta 2026, afectando el turismo cultural en Puebla, que representa una fuente económica clave.