
El olor corporal, más allá de ser una característica individual, puede ofrecer información relevante sobre el estado de salud. Investigaciones científicas demuestran que variaciones en el aroma de la piel, el aliento o incluso la orina pueden indicar la presencia de enfermedades metabólicas, infecciosas o neurodegenerativas.
La enfermera jubilada Joy Milne, en Escocia, protagonizó un caso que impulsó esta línea de investigación. Milne afirmó percibir un olor característico en personas con párkinson, lo cual condujo a pruebas en la Universidad de Edimburgo. En uno de los experimentos, identificó camisetas usadas por pacientes con esta condición y anticipó un diagnóstico que se confirmó meses después. Estos hallazgos impulsaron a la comunidad científica a analizar de forma sistemática los biomarcadores olfativos.
Diversas enfermedades se asociaron con olores específicos. La diabetes puede generar un aroma afrutado en el aliento durante episodios de hipoglucemia, producto de la acumulación de cetonas. En la enfermedad hepática se reportaron olores a azufre o humedad, mientras que las afecciones renales se relacionaron con aliento que recuerda al amoníaco o al pescado. En el caso de la tuberculosis, estudios señalan olores similares a la cerveza rancia o al cartón húmedo en pacientes diagnosticados.
Las investigaciones también documentaron vínculos entre olores y enfermedades infecciosas. Un estudio en Kenia reveló que los menores con malaria desprendían un aroma afrutado y herbáceo causado por aldehídos, lo que a su vez incrementaba la atracción de los mosquitos. Estos hallazgos ofrecen un posible camino para desarrollar nuevas herramientas de detección.
El olfato de los animales fue un aliado en esta línea de trabajo. Perros entrenados lograron detectar cáncer de próstata en muestras de orina con una precisión cercana al 99%. Además, se utilizaron en experimentos para identificar párkinson, malaria, diabetes y episodios epilépticos inminentes. Sin embargo, el proceso de adiestramiento es largo y no todos los animales alcanzan el nivel requerido para diagnósticos clínicos.
Ante estas limitaciones, equipos científicos buscan trasladar estas capacidades a dispositivos médicos. Empresas como RealNose.ai desarrollan narices electrónicas que utilizan receptores olfativos humanos cultivados en laboratorio combinados con algoritmos de inteligencia artificial. Paralelamente, investigadores en la Universidad de Manchester trabajan con técnicas como cromatografía de gases y espectrometría de masas para identificar compuestos alterados en la piel de pacientes con párkinson.
Otros centros de investigación, como el Monell Chemical Senses Center en Filadelfia, exploran cómo los compuestos orgánicos volátiles emitidos por el cuerpo pueden servir como marcadores de lesiones cerebrales. Estudios con ratones mostraron que conmociones traumáticas producen olores específicos, lo que abre la posibilidad de aplicar esta técnica en deportes de contacto.
La evidencia científica acumulada sugiere que el olor corporal puede convertirse en un recurso valioso para la medicina preventiva. La identificación de biomarcadores volátiles permitiría contar con pruebas rápidas y no invasivas, capaces de detectar enfermedades en etapas tempranas y mejorar las oportunidades de tratamiento. (NotiPress)