
Durante décadas se pensó que bastaba con que cada mujer tuviera 2.1 hijos para asegurar la continuidad de la población mundial. Sin embargo, un nuevo estudio reveló que esa cifra no protege a las comunidades más pequeñas, donde la supervivencia depende de factores mucho más complejos.
Desde los años 60, la tasa global de fecundidad descendió de 5.3 a 2.3 hijos por mujer y en dos tercios de la población mundial ya viven en regiones donde los nacimientos no cubren el nivel mínimo necesario para el reemplazo. En países como Italia, Japón, Corea del Sur o Estados Unidos, las cifras caen muy por debajo del umbral tradicional. En Japón, por ejemplo, se estima que cada generación verá reducida su población en 31 % si la tendencia continúa.
Pero el estudio advierte que incluso el umbral de 2.1 hijos es insuficiente para garantizar la continuidad en grupos pequeños, pues indica que las variaciones aleatorias en la cantidad de hijos, como familias sin descendencia o con un solo hijo, provocan que con el tiempo esas poblaciones desaparezcan, a menos que la fecundidad alcance niveles superiores. El modelo sugiere que, aún en condiciones óptimas, el mínimo real debería ser de 2.7 hijos por mujer para mantener la estabilidad a largo plazo.
En situaciones extremas, como las de Afganistán o Sierra Leona, donde la mortalidad es alta y los nacimientos femeninos predominan, se observan umbrales aún más exigentes, con una tasa de fecundidad necesaria para evitar la extinción de 3.3 hijos por mujer. En contraste, en los países desarrollados, el problema también tiene su raíz en la falta de parejas disponibles y el desequilibrio de género, lo que limita la formación de familias y acelera la caída demográfica.
Pero las implicaciones van más allá de las estadísticas, pues miles de lenguas, junto con sus tradiciones, historias y expresiones artísticas, están condenadas a desaparecer en el próximo siglo si no se revierte esta tendencia. En otros términos, la mayoría de los linajes familiares en sociedades de baja natalidad se extinguirán en unas pocas generaciones, incluso en poblaciones grandes, solo unas pocas familias lograrán mantenerse en pie.
Aunque la población global todavía crece, muchas comunidades se vacían, y para los grupos más reducidos, el riesgo de desaparecer no es una posibilidad remota, sino una consecuencia inevitable si no se superan ciertos umbrales numéricos.