Tomar un respiro, para hacer frente a Trump

Tomar un respiro, para hacer frente a Trump

Han pasado más de quince días desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca, y la sensación de peligro y de vértigo no da tregua. Nos tiene en un estado de alerta permanente, preguntándonos cuál será su próximo movimiento. Como alguien que consume noticias de manera compulsiva, reconozco que he llegado a mi límite, pero en este mundillo de análisis y reporte de noticias, uno no puede darse tan fácil el lujo de desconectarse.

 

Mi momento de mayor agotamiento llegó con la guerra de declaraciones y los arancelazos. Trump pensó que, con tarifas aduaneras agresivas, podría enderezar el tablero internacional, pero se encontró con un Justin Trudeau a la ofensiva y con Gustavo Petro incendiando Twitter. A esto se sumó Claudia Sheinbaum, presidenta de México, quien tomó un respiro estratégico y puso el balón en el suelo. Con un mensaje claro en redes sociales, expuso que, en el problema del fentanilo (principal motor discursivo de Trump), México tiene responsabilidades, pero en Estados Unidos tampoco se están haciendo bien las cosas. Esto sin mencionar el conflicto de las deportaciones masivas, que han puesto en crisis a las comunidades migrantes.

 

En medio de este caos informativo, me topé con una pieza audiovisual de Ezra Klein en The New York Times. En el video, que también está la transcripción disponible, Klein recordaba una entrevista de 2019 con Steve Bannon para PBS, donde el estratega de Trump describía la lógica de su gobierno en términos militares: “Todos los días los atacamos con tres cosas. Morderán el anzuelo con una, y nosotros terminaremos todo nuestro trabajo. ¡Bang, bang, bang! Estos tipos nunca,  nunca podrán recuperarse. Pero tenemos que empezar con <muzzle velocity>.

 

“Muzzle velocity” es la velocidad con la que una bala sale del cañón de un arma y es una metáfora perfecta para lo que estamos viviendo: Trump dispara ideas y decretos a tal velocidad que el público, los medios y la oposición apenas pueden reaccionar antes de que llegue el siguiente impacto.

 

En este corto lapso, ya ha desmantelado USAID, impuesto aranceles a diestra y siniestra, firmado órdenes ejecutivas para involucrarse en Gaza y, por si fuera poco, generado polémica por declaraciones racistas sobre accidentes aéreos y diversidad. No nos deja analizar una crisis cuando ya ha desatado tres más.

 

El problema de fondo es que la democracia se construye con contrapesos, y Trump y su equipo están pulverizando la ya de por sí endeble oposición estadounidense. Esto ha provocado que figuras externas, como Sheinbaum, tengan que corregir la plana desde el minuto 1 de las amenazas. Ante lo anterior, la presidenta apuntó a “esperar con cabeza fría” para poder encontrar diálogo y respuestas.

 

Y si miramos de cerca, todas las crisis que han intentado instalar han fracasado: los aranceles no prosperaron, los tribunales tumbaron el congelamiento de fondos nacionales de ayuda y los precios de la canasta básica siguen inamovibles. Ruido sin resultados, pero con un control absoluto del discurso.

 

Aquí es donde entra el libro “La doctrina del shock” de Naomi Klein. En su obra de 2007, Klein describe cómo las élites políticas y económicas aprovechan momentos de crisis y confusión para imponer políticas radicales que, en tiempos normales, serían impensables. Este es el manual de Trump: generar una crisis tras otra, saturar el debate público y desorientar a la ciudadanía para imponer su visión sin resistencia efectiva.

 

Trump fue elegido en democracia, pero no es un demócrata y su estrategia es clara: controlar la narrativa a base de caos y desmovilización. La única forma de enfrentar este fenómeno es regresando a las bases, construyendo comunidad y generando conciencia social.

 

Esta columna es la enésima que escribo sobre Trump y su regreso al poder y he decidido tomarme una pausa. No porque el tema haya dejado de ser relevante, sino porque es parte del juego que nos tiene atrapados: mantener nuestra atención y convertirnos en sus altavoces. No planeo caer más en la trampa.

 

Llegué a esta conclusión en el momento más simple y revelador: corriendo en el parque detrás de mi ahijado, intentando recuperar el aire. Desconectarme, aunque fuera por unos minutos, me permitió ver el panorama con mayor claridad y es lo que muchos autores apuntan que hay que hacer para verdaderamente conducir a un cambio. De momento, agradezco a Mateo, mi ahijado, y  a Edna, mi brújula, motor y compañera de vida, por recordarme que, a veces, lo más importante es simplemente tomar un respiro.

 

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