Durante los primeros años de la democratización de Internet, los "gatekeepers" tradicionales, o cadeneros digitales en español (editores, programadores y críticos), perdieron su poder, permitiendo que los usuarios tuvieran acceso directo e irrestricto a una vasta gama de contenidos.
Esta apertura significaba, en teoría, que cualquier creador, desde un músico independiente hasta un escritor novato, podía llegar a una audiencia global sin la necesidad de pasar por las manos de quienes, históricamente, habían decidido qué valía la pena ser visto, leído o escuchado, pero ¿realmente se ha democratizado el consumo de contenidos o simplemente hemos creado un nuevo tipo de control?
Esta nueva estructura parecía ofrecer una utopía de pluralidad y equidad en el acceso a los contenidos, sin embargo, la supuesta democratización se está transformando en un espejismo, dando lugar a un nuevo tipo de control más sutil y peligroso: los algoritmos.
Los algoritmos de descubrimiento, en un principio, fueron diseñados para ayudarnos a encontrar aquello que nos interesa entre el sin fin de posibilidades de información disponible en línea, pero a medida que las plataformas digitales crecieron en poder e influencia, estos mismos algoritmos se convirtieron en los nuevos cadeneros. El objetivo de dichos algoritmos ya no es solo personalizar el contenido, sino maximizar el tiempo de permanencia del usuario y, con ello, los ingresos publicitarios, en consecuencia, lo que comenzó como una herramienta para la democratización del acceso, ha devenido en un mecanismo de control.
Hoy, nos enfrentamos a un entorno en el que los algoritmos deciden lo que vemos, leemos y consumimos, sin que muchas veces seamos conscientes de ello y la paradoja es evidente: en la búsqueda de una experiencia personalizada, hemos renunciado a la diversidad de contenido. Aquellos temas o puntos de vista que no encajan en el perfil preestablecido por el algoritmo simplemente no llegan a nosotros, el resultado es una burbuja informativa en la que sólo consumimos lo que nos confirma o entretiene, dejando fuera otras perspectivas necesarias para un entendimiento más amplio del mundo.
El efecto de esta tendencia es preocupante, ya que no solo afecta nuestra percepción de la realidad, sino que también tiene implicaciones serias en la sociedad. La proliferación de información falsa, la polarización extrema y la fragmentación social son consecuencias directas de esta forma de consumo de contenidos, los algoritmos no distinguen entre la verdad y la mentira, entre lo relevante y lo banal; solo buscan mantenernos enganchados.
Hemos caído en una de las paradojas más importantes de la humanidad, ya que lo que solía ser una promesa de mayor libertad se ha convertido en un sistema de control aún más sofisticado.
Entonces, ¿deberíamos reconsiderar el papel de los gatekeepers? Aunque pueda parecer un retroceso a tiempos más restrictivos, la necesidad de cierto tipo de mediación se hace evidente. No se trata de volver a un sistema en el que unos pocos deciden qué es lo que se publica o qué es lo que se consume, sino de buscar un equilibrio que evite que la información y el conocimiento queden secuestrados por los caprichos de los algoritmos.
Esto podría implicar, por ejemplo, una mayor transparencia en el funcionamiento de estos sistemas, así como el desarrollo de herramientas que nos permitan a los usuarios tener más control sobre el contenido que queremos ver. De igual manera, sería necesaria una educación digital que nos prepare para navegar en un entorno donde la información está mediada por criterios ajenos a la calidad o a la veracidad.
El internet fue concebido como un espacio de libertad y expresión sin precedentes, pero en la práctica se ha convertido en un laberinto en el que sólo avanzamos por los caminos que nos muestran los algoritmos.
La solución no es regresar a una época de control elitista, pero tampoco podemos ignorar los efectos devastadores de un ecosistema digital completamente desregulado. Un cadenero no debería ser alguien que decida qué podemos ver y qué no, sino una entidad que garantice un equilibrio entre los intereses de las grandes plataformas y el derecho del usuario a tener acceso a una diversidad real de contenido.
Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que la desinformación, la polarización y la banalización del contenido sigan dominando el espacio digital y en este sentido los cadeneros digitales podrían ser vistos como un mal necesario, no para restringir nuestra libertad, sino para protegerla. Un sistema de acceso a la información completamente guiado por algoritmos nos aleja cada vez más de la idea de un internet libre, y nos sumerge en un ecosistema donde solo vemos lo que los algoritmos determinan que es rentable. Necesitamos un nuevo tipo de mediación que garantice la pluralidad, la calidad y el acceso equitativo a la información.
Es posible que, en este nuevo escenario, la figura del cadenero no sea la de un censor o controlador, sino la de un facilitador que asegure que no estamos atrapados en burbujas informativas ni sometidos a la dictadura del clickbait, en este sentido, los cadeneros digitales serían un bien inevitable si queremos rescatar la promesa original de la democratización del internet.
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