La política exterior de la llamada Cuarta Transformación es veleidosa. El todavía jefe del Estado mexicano clama ¡injerencismo!, cuando líderes, legisladores y diplomáticos opinan –siempre negativamente-- de las políticas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, principalmente aquellas que ponen en riesgo la seguridad y la salud a causa de la tolerancia y/o complicidad con el narcotráfico.
Él, por su parte, se entromete con las de Bolivia, Perú, Venezuela, Cuba, Argentina y, entre otras, las de Ecuador, que giran o han girado en la órbita del narcosocialismo del Siglo XXI al que AMLO es afín.
Hacer causa común con los enemigos radicales de Estados Unidos, como China y Rusia son propósitos que llevan a la economía del país al suicidio.
El contenido ideológico básico de esa política exterior, profundamente antiyanqui, se enfrenta ahora con el abierto mensaje del gobierno estadounidense, en voz de su embajador Ken Salazar, sobre el riesgo para las relaciones entre los dos socios comerciales, lo que debería conducir a una reconsideración.
Pero esa rectificación de tono y contenidos no va a ocurrir. AMLO no quiere entender el significado de las nuevas realidades, y el poderoso estímulo psicológico del odio hacia los Estados Unidos llevará a la 4T a crecientes confrontaciones con Washington. Claudia Sheinbaum, de no rectificar, hará que todo el país lo sufra.
Para López Obrador el antiyanquismo es una especie de veneno placentero. Es un veneno generado por el complejo de inferioridad que resulta del contraste entre el poder yanqui y la fragmentación, debilidad y atraso de nuestras naciones.
Ese complejo nos conduce al camino fácil de atribuir a los Estados Unidos todos nuestros males, en lugar de procurar salir adelante con esfuerzo y tenacidad, sin ofrecer el triste espectáculo de sumisión mental “antiimperialista”.
Lo peor del antiyanquismo no es el complejo mismo, ni la ceguera de nuestros análisis en lo que tiene que ver con el coloso del norte, ni siquiera el hecho de que nos dificulta apreciar los aspectos positivos de la tradición política norteamericana.
Lo peor del antiyanquismo es que nos impide adoptar ante Washington una posición digna y equilibrada, en armonía con nuestros verdaderos intereses, que haga posible un intercambio creador. Una posición que no implique subordinación ni odio, sustentada en la adecuada comprensión de la realidad en que existimos.
La posición de AMLO, de Sheinbaum y del resto de los cuatroteros no es digna, ni inteligente; es infantil.
Prejuicios del izquierdismo
El aún mandatario mexicano no sólo ha estado haciendo todo lo posible por distanciarse de Estados Unidos, por irritarles y provocarles gratuitamente, sino que su actitud le impide a México sacar provecho de las oportunidades que el nuevo escenario internacional está abriendo, considerado hasta no hace mucho amigo confiable de Washington.
Es precisamente ahora, en momentos en que Estados Unidos empieza a enfrentarse con crudeza a los dilemas y desafíos de sus políticas, alianzas y conflictos en el Oriente Medio, cuando a México se le ofrece la perspectiva de explorar una alianza a largo plazo, con sentido geopolítico, dirigida a garantizar inversiones, respaldo y buena voluntad norteamericanas hacia nuestro país.
Podríamos ser mucho más importantes para Washington de lo que somos, y sacar de ello notables ventajas, si entendiésemos nuestros intereses vitales.
No obstante, esa visión geopolítica, que tiene muchísimo sentido para México, choca con los prejuicios del izquierdismo antiyanqui, tan arraigados entre los que nos dirigen, aunque no son compartidos por el pueblo en general, que ve con respeto, simpatía y esperanza a los Estados Unidos y se opone a la absurda y dañina cubanización de nuestra política exterior.
El complejo de inferioridad antiyanqui es un veneno corrosivo, que nos hace creer que ellos no harán otra cosa que explotarnos, a los inocentes y despistados ‘buenos salvajes’, incapaces de asumir con inteligencia y dignidad la promoción de nuestros intereses, sometidos a las barreras autoimpuestas por una larga tradición retórica ‘antiimperialista’.
Peor para nosotros. Importa sin embargo tener claro lo siguiente: estamos ante un nuevo paradigma en las relaciones internacionales contemporáneas. Las diferencias en las que Washington se ha comprometido será larga y difícil, habrá derrotas y retrocesos y los costos serán elevados; pero podemos estar seguros de que Estados Unidos prevalecerá.
Por lo tanto, los dirigentes políticos de un país como México, en lugar de seguir dando muestras de inmadurez, deberían asumir con claridad tanto sus limitaciones como sus potencialidades, y las oportunidades que se le presentan en el nuevo contexto mundial.
Pero…
En EU lo ven sin tamaños
El antIyanquismo de AMLO corresponde a la visión que de él se tiene en Estados Unidos.
Hace poco más de un par de años le comenté que el Virtual Centre for Strategic Economy Policy and Geopolitical Research and Analysis repartió entre sus abonados, la mayoría de ellos con capacidad de tomar decisiones en los ámbitos de la inversión privada, un informe sobre AMLO en vísperas de su primera visita a la Casa Blanca, con Joseph Joe Biden ya en el poder:
“Dado que el nivel de AMLO como presidente es tan pueblerino –dice el organismo en inglés, y aquí se lo traduzco hasta donde dan mis capacidades–, su proyecto nacional, si se puede llamar así a sus caprichos, está conformado por cuatro propósitos que son tan innecesarios como costosos y fuera de tiempo…
“… su visión de largo plazo no va más allá de las próximas elecciones…
“… su comportamiento político lo equipara con sus vecinos centroamericanos…
“… el gobierno de Estados Unidos, con razón, lo coloca en el mismo nivel de prioridad que Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua.
“Por esta razón, al presidente de México no se le concede el nivel de trato con el presidente de Estados Unidos sino, como cortesía, con la vicepresidenta Kamal Harris.”
Tal no era una ofensa para los mexicanos; solo un reconocimiento del nivel de su presidente.”
Un nivel de mediocridad al que López Obrador nos está arrastrando,
Nunca fue a Disneylandia
Ser activamente antiyanqui es una de esas conductas de AMLO, que seguramente adoptó en su adolescencia, escuchando trovas cubanas, admirando al Che Guevara y llamando “aguas negras del imperialismo” al refresco Coca-Cola.
Se muestra antiyanqui no nada más por su acercamiento a los países caribeños, centro y sudamericanos con regímenes autoritarios de dizque izquierda –que a la postre resultan ser más reaccionarios y violadores de los derechos humanos que cualquiera al que se considere derechista–, también con aquellos otros como Rusia o, incluso, el grupo terrorista Hamás que de ninguna manera se alinean con las políticas estadounidenses.
Repetir en sus matinés vengativas-cómico-musicales que nuestro país es soberano, independiente y bla, bla, bla, cada ocasión en la que algún verdadero periodista le interroga sobre asuntos como el regalo del petróleo al régimen cubano, los conflictos con EU y con Canadá por caprichitos en materia de energía eléctrica o alimentaria en el caso del maíz transgénico, pone al descubierto su fobia hacia el vecino país del norte.
¿Será que alguna vez solicitó una visa para visitar Disneylandia y se la negaron los cónsules del gobierno estadounidense?
Se atribuye al chiapaneco Jorge de la Vega Domínguez –uno de los dos negociadores del gobierno federal con el estudiantado en el conflicto de 1968– el haber acuñado aquello de que se vale ser rebelde en la juventud… pero seguir siéndolo a los 40 es una verdadera pendejada. Y AMLO ya tiene más de 70.
Así, pues, con el antiyanqui López Obrador.
Aunque cada vez que se ha entrevistado con un Presidente de Estados Unidos, ya sea Donald Trump o Joseph Biden, se achicopale, se hunda en un sillón y evidencie su complejo de inferioridad.
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