¿Te tocó ir? Así era “Burrolandia”, la escuela de verano para regularización

¿Te tocó ir? Así era “Burrolandia”, la escuela de verano para regularización

Foto: FreePik, Faceebok

En México existen varios adjetivos que se le otorgan a aquellos estudiantes que no cumplen con las expectativas de rendimiento, siendo el más conocido el de “burro”, un calificativo usado en los sacaban las peores calificaciones. Para estos casos, en Puebla se implementó una escuela dedicada a la regularización de los estudiantes que tenían malas notas, aunque sobre esta se erigió un estigma.

 

La escuela secundaria “Hermanos Serdán”, ubicada en la calle 23 Poniente y la 13 Sur, albergó la llamada “Burrolandia”, una escuela de verano para aquellos alumnos que tenían problemas académicos a lo largo del ciclo escolar. Aunque hoy en día los cursos de regularización son algo más normal y no tan criticado, hubo un tiempo en el que acudir motivaba señalamientos, además de lo pesados que eran.

 

Formalmente, el nombre de Burrolandia era Escuela Secundaria de Regularización en la Normal Superior, y aunque hoy en día ya no funciona, todavía es recordada por lo estrictos que eran los docentes. La escuela tenía sustento en el artículo 16 de la Ley Orgánica de la Escuela Normal Superior de Puebla, que dice que funcionará en periodos vacacionales para la regularización de hasta cuatro materias.

 

 

¿Cómo funcionaba Burrolandia?

 

Lejos de ser un centro vacacional, este curso de regularización consistía en clases para 1,000 alumnos de Puebla, no sólo de la escuela sede, sino que acudían de otras instituciones e inclusive de planteles privados. Los alumnos iban con el fin de recuperarse en máximo cuatro materias que hayan reprobado a lo largo del año, siendo las más recurrentes inglés y matemáticas.

 

A lo largo de cuatro semanas, un total de 26 maestros atendían a 80 grupos de estudiantes con mal rendimiento en las clases ya citadas, pero también en las de españolgeografíaciencias naturales o historia. Además de los reprobados, iban los alumnos con problemas de conducta y los que acostumbraban a irse de “pinta”, es decir, a los que mandaban a la escuela pero no entraban.

 

Para acudir al curso veraniego había requisitos como no tener más de cuatro materias reprobadas, pagar una cuota por cada materia, presentar la boleta con las clases no aprobadas y tres fotografías tamaño infantil. Los estudiantes que fueran inscritos también debían apegarse a un estricto reglamento de comportamiento.

 

Por ejemplo, si surgían desperfectos en el mobiliario, edificios o cualquier propiedad de la escuela, los padres tenían que pagar por los respectivos arreglos. Asimismo, se pedía una lista de útiles especial para los cursos, estaban sujetos a presentarse puntualmente en el horario establecido, se prohibía estar en el lugar sin asuntos pendientes, y tenían que recoger las calificaciones finales en no más de tres meses.

 

Los aprendientes no eran los únicos obligados a comprometerse, toda vez que se requería el involucramiento de los padres de familia. Los padres debían estar atentos al llamado del director o de los maestros, cooperar con los docentes para ayudar a mejorar el rendimiento de sus hijos, o bien, señalar las deficiencias que veían en la enseñanza de los profesores.

 

Lo más recordado en esta escuela era la forma de ser de los maestros, pues tenían fama de ser sumamente estrictos con los alumnos, quienes se caracterizaban por ser los más indisciplinados o lentos de aprendizaje. A esto se suma que Burrolandia surgió en una época, la segunda mitad del siglo XX, donde los padres eran más permisivos con la forma en que los docentes trataban a los menores.

 

Sobre estos cursos se erigió todo un estigma, puesto que Burrolandia, al ser clases en verano, estaba asociada a un castigo en el que se perdían las vacaciones por ser un “burro”. Los estudiantes que acudían a la escuela veraniega recibían tal etiqueta, por lo que daban la imagen de ser faltos de inteligencia o de no poner el suficiente empeño para aprender y aprobar sus clases.

 

Este estigma podía tener consecuencias negativas en la autoestima y la motivación de los menores, creando un ambiente de vergüenza, desánimo y baja autoestima en los estudiantes. Lo anterior también tiene repercusiones en los padres al hacerlos sentir vergüenza por la situación de sus hijos y el hecho de que, a diferencia de los otros niños, necesitaban de un apoyo extra en la escuela.

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