Voluntad Anticipada, desde la Economía

Voluntad Anticipada, desde la Economía

El 15 de julio el Congreso del Estado de Puebla aprobó por mayoría la Ley de Voluntad Anticipada que tiene la finalidad de garantizar una muerte digna para aquellas personas que sufran alguna situación terminal. Es un tema polémico con argumentos a favor y en contra. En esta columna destacamos una perspectiva científica desde la Economía, sin que esto intente invalidar otros enfoques disciplinares u otras cosmovisiones de vida, el único fin es contribuir al debate.

 

Antes vamos a diferenciar entre voluntad anticipada y otros términos que pueden ser similares como eutanasia o suicidio asistido. Son diferentes. Lo que aprobó el Congreso es el derecho de un paciente a rechazar tratamientos médicos para prolongar su vida, cuando su condición ya es terminal. Es decir, las personas que han sufrido un accidente mortal o tienen una enfermedad avanzada y que son sometidas a procedimientos, muchas veces muy dolorosos, para mantenerles con vida (ventilación mecánica, alimentación parenteral, sondas nasogástricas, diálisis renal, desfibriladores, etc.) podrán solicitar que no tengan ninguna intervención, salvo, si así lo deciden, el uso de sedantes o analgésicos, a sabiendas que esta voluntad acortará su vida. Esto se llama también ortotanasia (muerte-correcta).

 

En cambio, la eutanasia se refiere a la intervención médica para que una persona interrumpa su vida en caso de enfermedad grave, incurable o sumamente incapacitante y que causa un gran sufrimiento. Una opción más radical es el suicidio asistido que permite que las personas decidan libremente sobre su vida con ayuda médica, aunque no estén en una situación terminal o en extremo dolorosa. Algunos casos de esta modalidad corresponden a ancianos que han convenido interrumpir su vida a determinada edad bajo el cuidado y supervisión médica en países como Suiza y Países Bajos.

 

Estas perspectivas implican la necesidad de entender la muerte como un proceso natural e inevitable del que nos hemos desprendido como resultado del neoliberalismo. Las sociedades occidentales con un modo de producción capitalista de libre mercado pero de ideología conservadora en extremo individualistas (neoliberalismo) buscamos desvincularnos a toda costa de la muerte, porque es improductiva e irrelevante, nos alienamos de ella y eso nos causa mucho sufrimiento.

 

En las sociedades anteriores al neoliberalismo, la muerte se procesaba de forma distinta. La muerte llegaba a la casa, ahí se velaba el cuerpo durante uno, dos o tres días; la familia llegaba; los vecinos cooperaban y ayudaban. El velorio era, incluso, un espacio de convivencia entre familiares lejanos, los infantes asimilaban el proceso de la muerte con un acompañamiento. Los ritmos de vida cambiaban y los rituales (religiosos o no) permitían conexiones distintas.

 

La muerte en casa daba tiempo y oportunidad al difunto para despedirse de su familia, de estar rodeado de ella y en muchos casos de anunciar su propia muerte. La familia que, durante el proceso de agonía, había tenido tiempo de asimilar la situación, le despedía con calma, en un ambiente tranquilo. La casa permitía también ciertas libertades emocionales, sentir tristeza, llorar y expresarla en un desahogo colectivo. En algunas comunidades aún se pueden encontrar estos ritos.

 

Pero en las grandes urbes de Occidente, se aleja a la muerte del hogar y se confina a los hospitales donde el paciente no puede ver a la familia y sólo recordará ojos envueltos entre cofias y cubrebocas, en medio de un proceso doloroso y traumático por los tratamientos mecánicos de la medicina, pero también por la soledad en la que se encuentra. El velorio se realiza con una empresa especializada, lejos de casa, con prontitud porque cada hora cuesta, a veces es un formalismo, ya mayormente se omite y se salta a la inhumación o la cremación. Debemos apurarnos porque los empleos otorgan uno o dos días de permiso, insuficientes para expresar el duelo, mucho menos para asimilar y recuperarse.  

 

La ortotanasia, eutanasia, incluso el suicidio asistido, permiten volvernos a vincular con la muerte, prepararnos, entender el proceso, vivir el dolor para asimilarlo. Esto será muy importante en un mundo donde la esperanza de vida ha aumentado al grado de casi romper la barrera de la longevidad. En 1960 se esperaba que una persona viviera 52 años, para 2050 serán 77 años; pero muchos países como Japón llegarán a 100 años. Vivir muchos años ya no es el problema, ahora es ¿cómo se vivirá esa ancianidad?

 

Elaboración propia con datos de ONU

 

La vida digna que defendemos desde la Economía más progresista, también defiende la muerte digna; que los seres humanos seamos capaces de disponer de nuestro propio cuerpo, de nuestra propia vida pero en condiciones seguras y decorosas. ¡Bravo, por nuestro Congreso!, pero falta todavía mucho más en la legislación, que no se frene la transformación.

 

 

 

*Profesor-Investigador Universidad Autónoma del Estado de Quintana Roo

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores

 

Twitter: @BandalaCarlos