Es común que en nuestro país apodemos a la gente según su posición económica, su educación o su estatus social. Tal es el caso de palabras como, lépero, naco o pelado; es decir, agrupamos características y de ahí parte el mote.
Todos estos términos podrían sonar clasistas; desgraciadamente nuestra cultura está abocada a construir este tipo de narraciones que no son incluyentes. Sin embargo, sirven para la comunicación social, ya que homologan una descripción del otro que todo el mundo entiende. Una realidad desafortunada que no deja de ser verdad.
Desde hace años, la definición de “Godínez” se relaciona con aquellos empleados con sueldos bajos que cubren un horario generalmente de 8 de la mañana a 5 de la tarde, con una hora de comida.
Se resume al tipo que ocupa un puesto medio, que no tiene mayores aspiraciones, que es cumplidor, pero muy elemental. Agrupa a todo este sector poblacional de una manera sicográfica, casi mercadológica.
Incluso algunos incluyen en esta definición a quienes están obligados a soportar un empleo que no los hace felices y en el que reciben malos tratos, porque no pueden encontrar uno mejor.
El ser un “godín” va desde comer en el escritorio mientras se termina algo pendiente en la computadora hasta quienes usan el verbo de forma despectiva para referirse a un comportamiento rutinario, predecible o aburrido en el trabajo.
El término está ligado a la burocracia o a personas sin expectativas de un mejor futuro, usándolo como una etiqueta despectiva, pero ahora es muy común escuchar esa palabra por todas partes.
Sin embargo, no existe una versión "oficial" sobre los ancestros de los “Godínez”, aunque hay una que se acerca más a las características de este personaje y se remonta a los años 60. Durante esa década, quienes les antecedieron se hicieron populares gracias a la telenovela Gutierritos. En ella se retrata a Ángel Gutiérrez, un tipo bonachón, chambeador, pero con poco carácter, cuya esposa e hijos lo consideraban un mediocre. En su trabajo tampoco cantaba bien las rancheras, pues su jefe siempre “se lo traía de bajada”. El pobre tipo era como una apología a la mala suerte.
Este melodrama fue muy atípico, retrata esa clase media mexicana que trabaja bajo el control de un jefe demasiado déspota, al cual debe aguantar para conservar su puesto y satisfacer las pretensiones de su familia.