Como lo dijo el físico alemán Albert Einstein, “el tiempo es relativo”, pero hay quienes afirman que, en los últimos años, este se va mucho más rápido, ya que sienten como si algunos eventos hubieran ocurrido hace poco tiempo, pero en realidad fueron hace varios, varios años. Esto no es mera superstición, sino que en realidad sí hay una explicación del por qué sentimos que el tiempo “se va volando”.
En algún momento todos hemos sentido que la percepción del tiempo se altera y este pasa, en apariencia, mucho más rápido de lo que lo sentimos. Esto tiene más de una explicación con varios factores, desde el envejecimiento de las personas, hasta lo sicológico, ya que la percepción del tiempo se altera cuando carecemos de nuevas emociones, o bien, con la capacidad de procesamiento del cerebro.
Si bien esas han sido las aclaraciones más aceptadas y las más conocidas, han surgido otras que adjudican este fenómeno a la forma en que late nuestro corazón, ya que hay momentos en los que el funcionamiento de este órgano varía, haciendo así que el paso del tiempo se sienta diferente.
¿Por qué sentimos que el tiempo pasa mucho más rápido?
En primer lugar, está la explicación que refiere esto a una rutina, pues conforme crecemos nos vamos adentrando en la “vida adulta” que suele estar llena de rutinas establecidas que cumplimos día con día. Cuando somos jóvenes cada año es una parte significativa en nuestra vida, toda vez que nos rodeamos de nuevas experiencias y emociones.
En la infancia todo son descubrimientos, cada día hay una nueva cosa, los lugares son novedosos y aprendemos nuevas habilidades todo el tiempo. Luego crecemos, somos adolescentes y vamos a la escuela, cada año hay nuevas expectativas y más descubrimientos y empezamos a sentir emociones diferentes, como el amor. Todo lo anterior cambia a medida que nos hacemos grandes y nos enfrascamos más en la rutina y la monotonía.
Llevar a cabo las mismas actividades todo el tiempo hace que nuestro cerebro deje de recibir nuevas emociones y, en consiguiente, deje de producir dopamina. Esta hormona es esencial para controlar los ritmos fisiológicos diarios relacionados a la percepción del tiempo, con el llamado “reloj biológico”. A medida que se alteran los ciclos fisiológicos y ello se combina con la vida rutinaria, el tiempo se siente diferente y más rápido.
Lo más inmediato para contrarrestar esto es precisamente darle a nuestro cerebro otra carga emocional para que tenga de nuevo esa sensación de novedad y sorpresa que se pierde con los años. No tiene que ser algo extremo, como saltar de un paracaídas, sino simplemente ir a lugares nuevos, conocer a nuevas personas o salir de casa sin un plan específico, sólo para romper con la rutina.
Otra explicación está en que conforme vamos envejeciendo, nuestro cerebro tiende a desarrollar los procesos cognitivos más lento, lo que a su vez nos hace sentir como si el tiempo pasara más deprisa. El profesor Adrián Bejan publicó un estudio en la revista “European Review”, en el que sostiene que nuestro cerebro procesa la información visual mucho más lento, es decir, percibimos menos imágenes por segundo, lo que hace que los días se sientan más rápidos.
Sin embargo, para él también entra en juego el factor de las actividades diarias, ya que los días más duraderos son aquellos en los que nos ocupamos más y estamos todo el tiempo estimulando el cerebro formando recuerdos que “pausan el tiempo”.
Dado que la realidad a nuestro alrededor pasa a través de nuestros ojos para procesarla, Bejan afirma que en la juventud somos capaces de percibir más imágenes por segundo, pero también más detalles, lo que da la sensación de que el tiempo va más lento, como si fuéramos en cámara lenta, algo que se pierde con el paso de los años, dando como resultado que los días sean más rápidos.
Por último, existe la explicación que da el académico Adam K. Anderson, pues en una investigación concluyó que el corazón es el órgano más importante para el cerebro, pues funge como un cronómetro. Según su estudio, los latidos del corazón son de vital importancia para la percepción del tiempo, ya que podemos sentir el tiempo más rápido o lento de acuerdo al ritmo de los latidos.
La investigación consistió en un experimento en el que las personas escuchaban sus propios latidos, y cuando estos eran más lentos, las personas afirmaban oírlo más rápido, y viceversa, cuando el tono era más rápido, los participantes creían escucharlo más lento. En medio del experimento también se dieron cuenta de que, al poner más atención a los latidos, su cerebro modificaba su ritmo cardíaco y, de nuevo, su percepción del tiempo.
La conclusión final del estudio fue que el ritmo del corazón tiende a modificar la percepción del tiempo, pero este nunca será uniforme, ya que de un momento a otro puede sentirse más rápido o lento, a lo que llamaron “arrugas temporales”. Es por esto que cuando estamos en un estado de relajación donde el ritmo del corazón va más lento, tendemos a sentir que el tiempo pasa mucho más rápido.