La agresividad física, especialmente en hombres, podría tener una base genética, según estudios científicos. Investigadores identificaron el llamado “gen del guerrero”, vinculado al impulso agresivo que se encuentra en el cromosoma X. Si bien esta predisposición puede heredarse de madres a hijos, se manifiesta plenamente en los hombres debido a la falta de un segundo cromosoma X para compensar la variación genética.
Este gen, conocido como MAO-A, se activa en respuesta a eventos traumáticos durante la infancia, como golpizas, muertes o accidentes. La enzima MAO-A está implicada en la descomposición de serotonina, noradrenalina y dopamina, y desempeña un papel crucial en la regulación del estado de ánimo y el comportamiento. Además, se observó que la variante de este gen está asociada a conductas antisociales y agresivas.
Los estudios también indican que la genética puede influir en un 50 % de la conducta antisocial, y en condiciones específicas, más del 50 % de los actos criminales pueden ser atribuidos al 10 % de las familias. La combinación de factores genéticos y experiencias traumáticas durante la infancia podrían explicar la persistencia de la violencia en ciertas zonas geográficas.
En un contexto más amplio, la relación entre la genética y la agresividad planteó interrogantes éticos y legales en el campo del "neuroderecho". A medida que la ciencia avanza, se busca definir la regulación jurídica de variantes genéticas como MAO-A, que llevó a reducciones de condena en algunos casos.
Sin embargo, los expertos advirtieron sobre la simplificación de explicaciones genéticas para fenómenos complejos como la violencia y la guerra. Aunque la ciencia puede dar luz sobre las posibles predisposiciones, la agresividad no debe ser confundida con la violencia, que implica elecciones conscientes. La delicada intersección entre genética, experiencia y entorno plantea algunos desafíos éticos y redefine conceptos como la culpabilidad en el ámbito legal.