La Alianza Nacional de Pequeños Comerciantes (ANPEC) se dio a la tarea de hacer un estudio de mercado respecto a la variación de precios que se han registrado en el mercado de los alimentos preparados en nuestro país desde antes de pandemia a la fecha, lo cual no es peccata minuta, al contrario, es un flagelo que cotidianamente erosiona la economía popular, ya que la gente tiene que comer todos los días y los precios de esta “vitamina T” se han incrementado hasta en un 70%. Este pertinaz gasto de la gente trabajadora demuestra lo que ANPEC ha venido advirtiendo en este año al decir que los precios de los alimentos en México reportan una tendencia alcista y lateralmente también el costo de los servicios del hogar.
“¿Por qué hicimos esto? Porque la mayoría de la población económicamente activa, la que día con día sale de casa a trabajar se ve emplazada a comer en la calle pues los tiempos no le permiten regresar a casa a comer y volver al trabajo. La población urbana y metropolitana del país sale al trabajo y se resigna a volver a casa hasta la noche; esta situación, además de horas eternas de traslado, costosas, fastidiosas, insalubres e inseguras, los coloca de cara a los límites de su bolsillo a escoger dónde y qué comer durante su jornada laboral. Así pues es como llevan sus vidas la mayoría de los mexicanos en estos tiempos modernos”, explicó Cuauhtémoc Rivera, presidente de ANPEC.
Cabe decir que nuestra ingesta es una ingesta con una inercia y una tradición gustativa, volcada a los antojos. Por ello, el lugar que ocupa la “vitamina T” en la alimentación nacional es contundente. ¿Y qué alimentos aludimos cuando nos referimos a la “vitamina T”? A la dieta del antojo, cuyo elenco hace salivar a la inmensa mayoría. Así arranca el desfile: tacos en todas sus versiones (mañaneros, de guiso, canasta, carnitas, barbacoa, pastor, bistec, alambre, campechanos), tortas sencillas y especiales, tamales, pambazos, tostadas, elotes y esquites, garnachas (quesadillas, gorditas, flautas) y chilaquiles, más lo que se acumule.
“El costo de la comida hecha en casa o ya preparada es un factor que detona el rebote inflacionario que INEGI reportó en este mes de noviembre. Después de venir la inflación con una tendencia a la baja, en noviembre se rompe esta inercia y la inflación se elevó a 4.32% y todo indica, al decir de los especialistas, que viviremos una burbuja inflacionaria de al menos seis meses más. Para la economía popular esto no es noticia, ya que venían padeciendo el alto costo de los alimentos desde varios años atrás. Lo que la gente de a pie registra es cuánto le cuesta el mandado y cuánto los servicios. Para un mortal eso es hablar de economía y a ese epicentro los indicios de recuperación no han llegado. Este último reporte de la inflación en México, emitido por INEGI, viene a confirmar la narrativa ANPEC de este último año que habla de una tendencia al alza en los precios de lo esencial, así como también soporta el pronóstico de una inflación mayor para los meses venideros”, declaró Rivera.
La realidad obliga, y lamentablemente para desgracia de todos, que cerraremos este año e iniciaremos el próximo con una constante inflacionaria que vendrá a medrar la calidad de vida de miles de hogares mexicanos. Ni qué decir, este entorno poco halagüeño sostendrá las elevadas tasas de interés del Banco de México también. La suma de todos los miedos: sequía, inseguridad, desastres naturales, enfermedades, abasto. Para cerrar con broche de oro este año, el reconocimiento oficial de más inflación, adversidad lacerante que golpea al pueblo trabajador que gasta 90 centavos de cada peso que ganan en la compra de alimentos. La inflación es un impuesto que pega más a los pobres, por lo que es el impuesto que produce mayor pobreza.
El balance que podemos hacer respecto al combate a la inflación y la carestía en este mandato y los anteriores es que no se ha logrado calibrar una política pública de amplio espectro, efectiva, capaz de contener la inflación. Esta es la principal preocupación de la economía en el mundo y México no es la excepción.