Hoy se conmemora una fecha que si bien en los últimos años se le ha tomado más en cuenta, todavía pasa inadvertida para la mayoría. Se trata del Día Internacional del Hombre, una efeméride iniciada en 1999 en Trinidad y Tobago y que luego se extendió al resto del mundo, en la que se busca difundir nuevas formas de convivencia y nuevos modelos de masculinidad.
Es precisamente esta última vertiente la que más ha cobrado relevancia, pues a medida que se exponen los comportamientos nocivos que los hombres hemos desarrollado por décadas, se vuelve más importante adoptar una nueva forma de masculinidad. El objetivo es desafiar los estereotipos más arraigados en torno a la identidad de los hombres para erigir una más apropiada a los tiempos que vivimos.
Históricamente, la idea de masculinidad se ha transformado de acuerdo con la cultura, la educación y las tradiciones de un lugar determinado. Algo común en torno a lo masculino, es decir, todo lo que implica ser hombre, es que está ligado a conceptos como la fuerza, la dominación, la represión de las emociones y el empleo de la violencia ante situaciones de inconformidad.
Otros factores que son determinantes a la hora de construir una masculinidad son la raza, la edad, la religión y la clase social, además de la orientación sexual. Bajo esta definición los hombres deben ser siempre heterosexuales y tener como objetivo la búsqueda de una pareja con la cual formen su propio núcleo. Cualquier individuo que no cumpla con estos requisitos es considerado menos hombre.
Asimismo, la masculinidad hegemónica también ha estado vinculada con imponer a los hombres el rol de protectores y proveedores, una idea en la que únicamente es su responsabilidad aportar los recursos, incluidos los económicos, y fungir como un cuidador innato que usa la fuerza para salvaguardar la integridad de su familia. Bajo esta premisa, también se rechaza la idea de que las mujeres salgan de casa para buscar trabajo o realización profesional, pues sólo es tarea del hombre.
Esto es algo que se va inculcando desde la infancia y que luego se va reforzando con la presión social ejercida por otros hombres que, a su vez, fueron educados por otros hombres y prolongan este patrón de comportamiento. A esto se le conoce comúnmente como “masculinidad tóxica”, un ideal que en los últimos años ha sido utilizado con frecuencia y que acarrea problemas sociales y de convivencia.
En contraste, y como una propuesta para rediseñar la forma en que conviven los hombres con sus pares y con la sociedad en general, han surgido otras ideas sobre nuevas masculinidades que sean más responsables y positivas.
¿Qué significa una masculinidad positiva?
La masculinidad positiva o responsable implica deconstruir y alejarse de la idea arcaica de lo masculino, yendo más allá de los estereotipos que presionan a los hombres para mostrarse siempre fuertes, emocionalmente inexpresivos y dominadores. En cambio, se apuesta por adoptar otro tipo de comportamientos en los que los varones son más libres de ser emocionales, vulnerables y empáticos.
Una de las cualidades de la masculinidad responsable es la comunicación, ya que el hombre no se asume como autosuficiente y se abre a conectar con los demás, tanto para pedir ayuda como para hablar de sus emociones. Contrario a la masculinidad tóxica, bajo este modelo se acepta que el hombre es vulnerable y puede llorar, reír, escuchar a los demás y pedir que lo escuchen; esconder o reprimir las emociones se reconoce como algo nocivo para la salud.
De igual forma, se tiene más cuidado por áreas como la salud mental y el bienestar físico emocional, pues al estar al aceptar las situaciones que aquejan y las debilidades, hay más disposición a recurrir a expertos que orienten para sentirse mejor. En este sentido, al adoptar una nueva masculinidad se acepta que hay construcciones culturales que por años nos han moldeado y que se deben cambiar.
Para conseguir una nueva masculinidad más responsable, lo importante es que los modelos más convencionales empiecen a cambiarse en todos los ámbitos, desde la forma en que se educa a los hijos hasta la manera en que se les orilla a convivir con otros varones y con las mujeres a su alrededor.
Esto también implica criticar los roles bajo los que nos desarrollamos y empezar a cambiarlos, aceptando que los hombres podemos y debemos hacer las tareas que originalmente se conciben únicamente como “cosas de mujeres”. Hacer este tipo de avances abona a construir una sociedad más justa en la que los hombres nos abrazamos con la diversidad de identidades que podamos tener y, al mismo tiempo, nos hacemos responsables del trato que tenemos con las personas a nuestro alrededor.