Es un hecho que el historial de presidentes de México está lleno de figuras polémicas por su actuar durante sus mandatos o la forma en que llegaron al poder, aunque en quizá ninguna ha sido tan controversial como José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, recordado simplemente como el General Porfirio Díaz. Para algunos es una persona admirable, aunque otros lo consideran un dictador.
Porfirio Díaz nació el 15 de septiembre de 1830 en Oaxaca y se quedó huérfano apenas a los tres años, por lo que vivió en un convento. Al crecer dejó la carrera eclesiástica y estudió leyes en el Instituto de Ciencias y Artes, donde, entre 1852 y 1853, fue alumno de otra figura importante de la historia de México, Benito Juárez.
En los siguientes años fue parte del ejército mexicano e inclusive tuvo disputas en 1872 con el propio Juárez porque se oponía a su reelección. En 1876 también se opuso al designio y derrocó a Sebastián Lerdo de Tejada tras la muerte del presidente Benito Juárez, por lo que asumió el poder y, a pesar de que antes era contrario a las extensiones de mandato, el suyo se alargó hasta 1911.
El llamado “Porfiriato” es para algunos la época de prosperidad de México, aunque los opositores a Porfirio Díaz lo consideran más un periodo en que solo se vio por el interés de pocos y se reprimió a quienes no estaban de acuerdo con el presidente.
Durante su mandato se construyeron grandes obras como más de 20,000 kilómetros de vías férreas para impulsar el comercio dentro y fuera de México. Con esto se dio una importante expansión del comercio de materias primas. A finales del siglo XX había uno de los mercados de algodón más grandes del continente, incluyendo la planta textil más grande en Orizaba, Veracruz, con 4,200 empleados y era comparable con las de Estados Unidos.
Respecto a la cultura y la educación, Porfirio Díaz también concretó otras acciones importantes como el decreto del 26 de mayo de 1910 con el que se creó la Universidad Nacional de México, lo que hoy conocemos como Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Esta fue inaugurada el 22 de septiembre de ese año.
Aunado a esto, en 1904 Porfirio Díaz encargó la construcción del Palacio de Bellas Artes. El presidente dejó la obra en manos del arquitecto italiano Adamo Moari, quien la inició el mismo año y, a pesar de que se planeó para estar listo en cuatro años, Díaz no vivió ni estuvo en México para ver el final de la construcción. Debido al estallido de la revolución, la edificación terminó el 29 de septiembre de 1934.
Parte del legado de Porfirio Díaz también se ve en la creación de infraestructura en comunicaciones. Gracias al crecimiento de las redes comerciales también se dieron más instalaciones de telégrafos, teléfonos y se iniciaron programas de alumbrado público en las ciudades más importantes del país. Ello vino precedido de la creación de plantas generadoras de energía que también alumbraron minas y algunas casas.
Esto y más son argumentos con los que se pretende decir que en realidad el mandato de Porfirio Díaz fue sinónimo de prosperidad y progreso para México, aunque en los hechos, los beneficios no se vieron reflejados en la población. Una investigación de la doctora Julieta Ortiz Gaitán detalla que durante el porfiriato había aproximadamente 12.6 millones de personas, de las cuales solo el 2 % era la clase acaudalada y el 8 % era burócratas.
El 90 %, es decir, 11’340,000 personas, eran la clase obrera, campesinos y trabajadores que vivían en la miseria, siempre en deuda con los hacendados en las tiendas de raya, quienes nunca mejoraron su situación, por lo que morían en la pobreza extrema. No era extraño que las personas recurrieran a la venta de sus prendas para poder subsistir, quedando desnudos a los ojos de la gente.
Las grandes innovaciones y mejoras en la infraestructura se veían reflejadas en el beneficio de los inversores extranjeros y las clases más altas del país. La mayor parte de las vías férreas conectaban a las haciendas con los puertos y con las fronteras del norte, hacia Estados Unidos, haciendo que las ganancias siempre salieran de México.
Si bien se erigió la universidad más grande del país y uno de los complejos culturales más importantes de Latinoamérica, esto era de acceso muy reservado. Según la autora Lourdes Pacheco, el 78 % de la población mexicana era analfabeta, toda vez que las instituciones educativas se ubicaban en las zonas urbanas, lejos de los miles de campesinos y sus hijos que vivían en las áreas rurales.
Otra característica del porfiriato era la represión, tanto a opositores políticos como a la sociedad inconforme con él. Esto devino en un genocidio, ya que el 18 de enero de 1900 se llevó a cabo la Batalla de Mazocoba, en la que las fuerzas armadas terminaron con la vida de más de 1,000 integrantes de la tribu yaqui del estado de Sonora.
Los conflictos iniciaron casi al principio de su mandato, pero no fue hasta el nuevo milenio que el mandatario ordenó la matanza. El objetivo era que las tierras que ocupaban los yaquis se pudieran usar con fines de explotación comercial, todo en nombre del “progreso y la prosperidad” para beneficiar intereses extranjeros.
Un mandato tan extenso solo se pudo dar dejando de lado el estado democrático, ya que Porfirio Díaz se reeligió para mantenerse en el poder por 30 años. Su último mandato inició en 1910, pero con la revolución se vio obligado a exiliarse en París, Francia, donde murió el 2 de julio de 1915, en primera fila para ver la Primera Guerra Mundial, dejando atrás un legado en México de relativo progreso que la mayoría de la población nunca vio.