Rafaela Gálvez y La fuerza del sexo débil

Rafaela Gálvez y La fuerza del sexo débil

Con los apellidos y nombres, vale recordar aquel caso clásico: en cierta época, no era lo mismo llamarse Benito en México que en Italia. Un apellido sobre todo, trasciende por quien lo porta y cuando rebasa los niveles comunes, es cuando surge el gran  personaje. No importa que éste no haya pasado de su propio entorno. Pero el  uso del apellido con otros fines, sobre todo oscuros,  se deslinda de su propio origen y se individualiza y pierde valor.  En su libro La fuerza del sexo débil (Edición de autor en la editorial Montemorelos, diciembre 2022), el doctor en Ministerio, Saul Barceló Guerrero,  ejemplifica con 10 mujeres que llegan a la esfera de extraordinarias, siendo ellas mismas, a veces, solo sencillas amas de casa. El caso de Rafaela Gálvez lo conmocionó desde décadas atrás, porque tuvo cercanía familiar con ella. Y en ese profundizar de un ser humano, era difícil separar a la mujer común que cosía sentada  detrás de una máquina buena parte del día,  y el ser grande que  llevaba dentro. Era necesario conocerla de cerca o buscar datos en personas cercanas. La mujer cuya biografía escribió, tuvo hijos, y formó, educó  y promovió de muchas maneras a cinco familias. Hijos, hermanos, nietos, bisnietos, ascendientes, pasaron por sus manos simplemente por la proyección humanística de alguien que quería hacer el bien.

 

UN APELLLIDO, GALVEZ, FAMOSO EN SU ENTORNO, POR  UNA MUJER SENCILLA

 

Entrevistado, Barceló Guerrero señaló que las mujeres señaladas para escribir sobre ellas tenían  un entorno común, madres de familia sobre todo, pero que aunque tomó en cuenta esa situación, se volcó más bien en lo que ellas hicieron fuera de su entorno para ayudar a los demás.  Esas diez mujeres pertenecían a una iglesia protestante,  Adventista del Séptimo Día, en la que la solidaridad se ramifica en la ayuda permanente de sus miembros. Mucho de eso tuvo que ver con el cuidado, el apoyo, la educación y la salud. Rafaela dejó la ciudad en  donde había vivido buena parte de su vida, para trasladarse a la capital a ayudar a su hijo mayor, recién viudo con cinco hijos pequeños. Los protegió y ayudó a crecer. Lo mismo hizo con sus hermanas huérfanas y antes con su madrastra más joven que ella, a la que llevó gravemente enferma y cuidó hasta su muerte en su propia casa. Dos días antes de morir a los 83 años, la señora Gálvez se dirigía a buscar algo importante para su bisnieta que acababa de nacer. No alcanzó a verla.

 

NO ERA UN PERSONAJE EL QUE LLEGÓ, SINO UNA SIMPLE COSTURERA

 

La cola de automóviles formada  en el aeropuerto de Ciudad Obregón, Sonora, el 31 de julio de 1999, no esperaba a lo que comúnmente se considera un personaje. Solo a una  humilde anciana que había muerto en la capital del país. Los pasajeros comunes que llegaban  se decepcionaban cuando se respondía que era a la costurera doña Rafaela Gálvez a quien se estaba esperando. Los homenajes de su entorno religioso, incluyendo el de  su propio hijo Enrique, obligaron a los encargados del cementerio a apagar la luz y anunciar el cierre. Había sido tan largo ese homenaje que solo conociendo a la difunta se podía creer. El sonorense Barceló Guerrero, escritor junto con su esposa Noemí autora de libros infantiles, dice que el apellido trasciende  aunque no se busque un alto puesto  ( y se  mancille ese apellido diríamos nosotros), sino de lo que surge y da una persona de acuerdo a sus facultades  multiplicadas por su propio deseo.  Menciona también el escritor religioso que el ejemplo de Rafaela Gálvez se expresa ahora en los seres que ayudó, algunos de reconocimiento nacional, literatos, académicos, profesionistas de muchos niveles, que ensalzan con la limpieza Gálvez que por desgracia no todos en otros entornos tienen.