Se sabe que el tiempo en el espacio afecta a nuestro cuerpo, desde el cerebro hasta los huesos, pero los científicos aún no tienen claro los detalles. En un nuevo estudio, investigadores analizaron cómo la duración de las misiones espaciales y el tiempo transcurrido entre ellas podrían afectar al líquido del cerebro humano.
Este líquido cefalorraquídeo, almacenado en el cerebro en cuatro cavidades llamadas ventrículos, ayuda a amortiguar el cerebro y mantenerlo protegido.
Los investigadores de la Universidad de Florida, el Centro Espacial Johnson de la NASA y otras instituciones de EEUU descubrieron que la forma en que los vuelos espaciales aumentan el tamaño de los ventrículos y el volumen del líquido cefalorraquídeo depende de ciertos factores, como el tiempo que los astronautas pasan en el espacio y los intervalos entre sus misiones espaciales.
"Estos hallazgos demuestran que la dilatación ventricular continúa con los vuelos espaciales a medida que aumenta la duración de la misión", escribe la neurocientífica de la Universidad de Florida Heather McGregor.
Además, subrayan los expertos, "los intervalos de intermisión inferiores a tres años pueden no dar tiempo suficiente para que los ventrículos recuperen totalmente su capacidad compensatoria".
Se cree que el aumento del tamaño de los ventrículos cerebrales representa un mecanismo compensatorio durante el vuelo espacial que permite al cerebro adaptarse a los cambios del líquido cefalorraquídeo. Una vez de vuelta en la Tierra, el líquido cefalorraquídeo vuelve lentamente a su distribución normal.
Se destaca también que el aumento más drástico se observa durante los primeros seis meses, y luego se llega a una especie de plato, donde los ventrículos dejan de crecer.
"Aunque parece contradictorio que se produzca un cambio mayor en esta estructura en misiones más cortas, esto puede reflejar un cambio estructural temprano y adaptativo durante el vuelo que vuelve gradualmente a la línea de base con el tiempo", explican los investigadores.
En un estudio, publicado en Scientific Reports, los académicos citan el caso de los siete astronautas que tuvieron una pausa de menos de tres años entre misiones espaciales: esta ampliación del ventrículo no fue tan prominente. El equipo sugiere que esto significa que no hay tiempo suficiente para que los ventrículos cerebrales se encojan y se reajusten para poder hacer frente al aumento del líquido cefalorraquídeo.
Las observaciones también mostraron que cuantos más vuelos previos había realizado un astronauta, menos notable era el aumento del tamaño ventricular tras el vuelo, lo que llevó a los científicos a especular sobre un efecto acumulativo de los vuelos repetidos y a sugerir que "el cerebro se ve afectado también por los episodios individuales de adaptación a la microgravedad y al entorno del vuelo espacial".
También se hipotetiza que con el tiempo y con cada nueva misión espacial se reduce la capacidad adaptativa de los cerebros, razón por la cual el crecimiento de los ventrículos se hace menos prominente.
Parte del reto, admiten los científicos en su estudio, es que no hay mucha gente que viaje al espacio con regularidad: 636 personas en total en el momento de elaborar el informe. Analizar los efectos de los vuelos espaciales en grupos más grandes de personas será importante para tener una idea más clara de cómo afectan a los distintos cerebros y cuerpos, concluyen los investigadores.