El “síndrome del emperador”, conocido de una forma más técnica como Trastorno de Oposición Dominante, es un padecimiento diagnosticado en hijos que adoptan conductas de violencia y soberanía contra sus padres, ligado a falta de autoridad en la crianza y cuestionando la eficacia de una educación permisiva.
Este trastorno es cada vez más común en las familias modernas y da paso a una situación muy delicada y compleja de violencia filio-parental. Y es que, un niño tirano no es solamente caprichoso, desobediente, impulsivo o poco tolerante a la frustración, sino que es egocentrista y aprende a controlar psicológicamente a sus padres con el único objetivo de conseguir que obedezcan y cumplan con sus deseos.
Esta característica en la personalidad de los menores ha hecho que este síndrome también sea conocido como “niño rey”, “niño tirano” o “hijos dictadores”. Aunque no hay estudios que confirmen la verdadera razón del origen de este comportamiento, expertos consideran que pueden influir factores genéticos, ambientales y características de la relación padre e hijo, pero también afirman que los niños no nacen con esa personalidad, sino que con el paso del tiempo van aprendiendo cosas buenas y malas de sus progenitores.
Por el lado genético, estudios de pedagogía de España señalan que la estructura cerebral con la que se nace puede alterar y entorpecer los vínculos afectivos y el proceso de desarrollo de la conciencia. Los menores que nacen con este síndrome regularmente tienen dificultades para experimentar emociones como la empatía, la compasión, el respeto o la responsabilidad, lo que facilita la ausencia del sentimiento de culpa, desarrollando una relación totalmente utilitaria con sus padres, usándolos como herramientas para saciar sus impulsos y conseguir objetivos.
La investigación científica de Lorena Bodero Arizaga, denominada “Síndrome del emperador y su afectación en el núcleo familiar” (2019) resalta que la personalidad se determina desde el momento del nacimiento y aunque se llega a modificar con el paso del tiempo, alrededor del 50 % de los rasgos se mantienen toda la vida.
En el momento en el que los roles de padres e hijos se invierten, un niño puede manifestar rasgos de un hijo tirano gracias a una excesiva permisividad, que hace ver a los padres como personajes complacientes. Lorena señala que los padres que educan así a sus hijos creen que es la mejor manera, pero la permisividad implica una desatención en el cuidado de los menores y se podría comenzar a hablar de padres negligentes.
En situaciones más complejas, los niños ejercen maltrato hacia ellos y en casos extremos pueden presentarse ataques físicos como morder, golpear, empujar, lanzar y romper objetos, dando cabida a las amenazas verbales y no verbales.
Algunas recomendaciones de expertos señalan que la mejor forma de atender esta situación una vez sea detectada es poner un freno y acudir ante un especialista, pues no se trata de un niño desobediente sino de un tirano, por tanto, es importante marcar normas y límites, además de no perder la paciencia, gritar o amenazar al niño, pues eso se traduce en una falta de autoridad al colocarse al mismo nivel.