Entre las múltiples fatigas de la vida adulta está la llamada carga mental, un término que afecta sin distingo, pero que tiene mayores repercusiones entre las mujeres. Este ha cobrado mayor importancia por lo que hace en alusión a la cantidad de esfuerzo mental que requieren las actividades diarias del trabajo y responsabilidades en otras áreas.
A diferencia de la carga física, que requiere el esfuerzo corporal en su máxima capacidad, la carga mental está encaminada a lo intelectual o cerebral. Va relacionada con las demandas y exigencias dentro del campo laboral, pero también con las cualidades y herramientas mentales con las que cuenta una persona. Este último punto es especial porque marca las pautas en que alguien será afectada. Una tarea en las mismas condiciones y exigencias provocará distintas reacciones.
Dicha carga es producto de las tensiones y requerimientos de su trabajo, incluido el procesamiento de información, memorizar datos, resolución de problemas en situaciones de urgencia o toma de decisiones, pero hay más vertientes que casi no se consideran y siguen siendo de influencia.
Por ejemplo, la infraestructura de algunos lugares es determinantes porque los factores externos, entiéndase la cantidad de estímulos o distracciones presentes en el entorno, así como el nivel de ruido o la calidad de la iluminación, sumado a condiciones medioambientales también aumentan la sofocación mental. Tras esto hay otra condicionante, como es la organización dentro del espacio, toda vez que no todos los lugares procuran el orden de trabajo.
Otra circunstancia es que las competencias cognitivas estarán sometidas a lo largo de una jornada laboral extenuante, pero la intensidad de esta carga también estará determinada por el puesto de un trabajador. La información y responsabilidades que reciba serán cambiantes, por lo que las respuestas tampoco serán iguales, incluso si las personas comparten ambientes o son parte de un mismo proyecto.
Claramente, estas son situaciones que terminan por agobiar a todas las personas, pero este problema es más extenso con las cargas que no se reconocen y que desempeñan primeramente mujeres.
Aquí no es lo concerniente a los trabajos profesionales, sino a las tareas que se desempeñan en la vida cotidiana sin las retribuciones correspondientes. Enlístese cuidado de menores, trabajo doméstico, compras, compromisos maritales y la organización de un hogar, que recaen principalmente en las madres que, a su vez, también suelen tener otras preocupaciones de su salud y lidiar mes con mes con los procesos de su cuerpo como la menstruación.
Esto se da porque, socialmente, las mujeres son instruidas desde pequeñas a que es su cometido llevar a cabo ese papel y, en contraste, las parejas se limitan a ser espectadores que cumplen con una función como trabajadores y, en menor medida, como padres, pero casi nunca como soporte es este aspecto.
El término de carga mental fue acuñado por la socióloga, Susan Walzer, para hacer alusión a la sobrecarga de responsabilidades que se le atribuyen a las mujeres sin miramientos. El estigma social da como resultado que estos ciclos de disparidad en los hogares se perpetúen sin dar descanso a las amas de casa.
Si se continúa con las tendencias de asumir el orden de un hogar como algo meramente femenino, esto acarrea múltiples consecuencias que se manifiestan, tanto en la salud física y emocional, como en las relaciones de pareja y el trato con hijos u otros círculos sociales.
Estrés es uno de los males que terminan por afectar la salud física y mental, ya que se vive en situaciones de mucho apremio sin el descanso necesario; la frustración y la ansiedad son otro derivado, puesto que el hecho de no poder cumplir con sus metas personales, o no abordar todas las expectativas construidas sobre ellas es motivo de ahogo. El cansancio prolongado y falta de sueño son otra combinación, al igual que la baja autoestima.
Para disipar esto, se requiere compromiso de los demás integrantes de la familia para entender que el cuidado y las labores de un hogar son responsabilidad conjunta, no exclusivas de una persona. En el rol de los hombres, es primordial que se asuma el deber de ser más activos, la vida en pareja conlleva más que trabajar y ser padre.
La delegación de tareas, así como la simplificación son relevantes para que las cargas no decaigan en una sola persona y sean más sencillas para todos. Las expectativas sobre las mujeres son una amenaza más, por lo que el diálogo es importante para liberar y entender que nadie puede alcanzar un grado de perfección y no se puede cumplir con todo lo que los demás demandan.