Boleros: la cruda realidad de este antiguo y tradicional oficio

Boleros: la cruda realidad de este antiguo y tradicional oficio

Foto: Enfoque

Bolero o limpiabotas es uno de los oficios más antiguos que se pueden encontrar en la ciudad, pero detrás del folclore que representa, la realidad para sobrevivir de esta labor puede ser cruda y desafiante incluso para quienes llevan toda una vida dedicándose al fino arte de lustrar el calzado.

 

Pablo Sánchez, de 63 años, acude todos los días a una banca ubicada en la plazuela de la 4 Sur, donde, con una escoba echa de ramas, se dedica a limpiar el polvo y hojas de su zona de trabajo en espera de clientes que por 25 pesos pueden recibir una boleada, aunque hay días en los que no llega nadie.

 

Durante los últimos años y tras la pandemia, el interés en sus servicios decayó, pero él se mantiene firme pues el haber llegado hasta esa banca le costó dinero, esfuerzo y amigos. Según recuerda, comenzó a practicar este oficio desde los 10 o 12 años en una bolería que se ubicaba en el Pasaje de Ayuntamiento, en pleno corazón del centro histórico.

 

El dueño del establecimiento enfermó en 2007, permitiendo a su esposa administrar los espacios.  A partir de ese momento. Francisco fue retirado a golpes y empujones para evitar que siguiera trabajando, sin darle explicaciones.

 

La misma suerte corrieron sus compañeros, quienes tuvieron que migrar a calles aledañas y dejó de verlos por algunos años mientras continuaba su travesía como bolero junto a la iglesia de La Compañía, a sólo una calle del zócalo.

 

Con la llegada de la pandemia, vio su peor momento pues ante la cuarentena el flujo de personas bajó considerablemente, pero al mismo tiempo le permitió encontrar a sus antiguos compañeros. Solo dos o tres permanecen en el negocio del lustrado, otros vieron su vida en picada tras ser removidos del Pasaje de Ayuntamiento.

 

"A uno de ellos lo encontré sin una pierna, ya no puede trabajar y lo aventaron en un espacio con su cajón (...) Luego lo volví a ver, ya sin las dos piernas, los dueños de los restaurantes lo trataban mal pero ya no lo he vuelto a ver", declaró.

 

Aunque la demanda de trabajo suele ser irregular, Pablo señaló que tanto personas jóvenes como adultos acuden a él para un lustrado. Su única queja radica en los malos tratos que recibe por parte de los dueños de edificios o restaurantes aledaños a su zona de trabajo, pues el uso de los espacios no es un tema que se lleve a la ligera.

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