La tradición del Día de Muertos en México no estaría completa sin el pan de muerto, uno de los elementos favoritos de las ofrendas, que no son otra cosa que altares dedicados a las personas que ya no están en la tierra.
Se trata de un alimento que representa la cosmovisión de los distintos pueblos del país latinoamericano y del que existen, por lo menos, 450 tipos, según los estudiosos del tema. El Día de Muertos es una celebración milenaria en la cultura mexicana. La adoración y el festejo a la muerte es uno de los rasgos más profundos de este país latinoamericano.
El pan de muerto es un tipo de hogaza que ocupa un lugar importante en la tradición mexicana porque, con el tiempo, los indígenas lo incorporaron a las ofrendas, a tal punto que, en un altar, siempre tiene que haber un pan. La historia del pan de muerto, como la de cualquier elemento de una cultura, es la historia de la transformación.
Pero en los últimos años, las tiendas y las panaderías lo han modificado de diversas maneras y, a pesar de que es un componente constitutivo de los festejos de la muerte en México, que se llevan a cabo entre finales de octubre y principios de noviembre, algunos establecimientos comerciales como Starbucks o centros comerciales de origen estadounidense, lo empiezan a comercializar desde agosto.
Es así como, en la actualidad, se pueden encontrar panes de muerto rellenos de crema pastelera, chocolate, mermeladas de frutas, dulce de leche o cajeta, crema de matcha o cubiertos de chocolate Ferrero Rocher. Además, se hornea el 'michipan' de muerto, un bollito con forma de carita de gato que ha causado furor en las redes sociales. Y hasta existe un cereal que elabora una conocida marca estadounidense, supuestamente con la forma y sabor del pan de muerto mexicano.
En Ciudad de México, las autoridades locales esperan que la derrama económica generada por colocar los altares y ofrendas para celebrar el Día de Muertos ascienda a 3.353 millones de pesos, de los que aproximadamente 100 millones de pesos corresponden al pan de muerto. En comparación con el 2021, la derrama económica por el pan de muerto experimentó un aumento del 12%, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Economía de la capital mexicana.
Un pan que recuerda a los huesos de un cadáver
En una entrevista para Sputnik, la maestra en Antropología adscrita al Posgrado en Antropología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Erika María Méndez Martínez, asegura que el pan de muerto actual, que es el más común en Ciudad de México, en realidad es una interpretación gastronómica moderna.
De hecho, el primer registro sobre la preparación de este pan, tal como se elabora en la actualidad, apareció en un recetario de 1939, llamado Repostería Selecta, de Josefina Velázquez de León, una mujer que se dedicó a recopilar recetas típicas mexicanas para darlas a conocer. Esta receta incluye harina de trigo, ralladura de naranja, anís y flor de azahar para aromatizar la masa.
Más adelante, en 1951, el pintor mexicano Gustavo Montoya pintó su Bodegón con panes mexicanos, una pintura al óleo en la que "aparece una mesa con los panes tradicionales que él tuvo la suerte de conocer y, en el centro de esa pintura […], está una especie de frutero y ahí sobresale esta figura de pan de muerto", comentó Méndez Martínez.
Entonces, el pan de muerto "en forma de bollo semiesférico que está coronado con cuatro o más huesitos, lágrimas y una bolita o el cráneo, tuvo su origen a mediados del siglo XX", de acuerdo con la antropóloga.
"Estas representaciones de pan de muerto son muy recientes [...] Digamos que tal vez un pan de muerto anterior a esta fecha podría haber tenido otra forma, pero esa es la que se comenzó a popularizar", comenta Méndez Martínez al respecto.
Para Méndez Martínez, esto explicaría por qué las personas no se han manifestado en contra de las múltiples transformaciones que el pan de muerto ha experimentado. Mientras que las grandes empresas no están interesadas en la temporalidad de las cosas, si descubren que hay un mercado, definitivamente van a querer vender pan de muerto en cualquier época del año. "Saben que somos muy sensibles a esa cuestión: si desde agosto empiezan a vender pan, seguramente alguien lo va a comprar", apunta Méndez Martínez.
"Por ejemplo, en Starbucks no tienen ni idea de lo que puede ser la fiesta del Día de Muertos y, aun así, van a vender en sus locales estos panes de muerto", señala la especialista.
¿Despojo cultural?
Si bien la antropóloga considera que existe un despojo cultural que se aprovecha de lo que representan estas celebraciones para la población mexicana, aclara que las personas no lo expresan porque no se trata de otros panes tradicionales.
Por ejemplo, en el estado de Oaxaca, al centro del país, el pueblo originario de los chinantecos prepara un pan mitomorfo, 'Las sirenas', para ofrendarlo a los dueños del agua. Esta hogaza tiene la forma de los seres mitológicos mitad peces, mitad humanos que, cuando se coloca en el altar de muertos, tiene el propósito de pedir una buena pesca. Es un bollo 'bordado' con adornos hechos de la misma masa del pan y, además, puede tener hasta cuatro formas.
También existen las 'ánimas', panes antropomorfos que se preparan en Huajuapan de León, igual en Oaxaca, así como en Yautepec, Morelos, en la región centro sur del país. Estos panes, que tienen la forma de una persona, representan a un difunto o alguien que murió herido y, por lo mismo, están decorados con azúcar roja, como signo de la sangre que emana de una herida.
Otro caso es el de las mujeres que murieron dando a luz o que perdieron a su bebé, así que estos panes se elaboran con la forma de una mujer abrazando a un bebé. De hecho, se cree que el antecedente prehispánico de la ofrenda actual es la que se dedicaba a la diosa Cihuapipiltin, en honor a las mujeres que morían en el primer parto, porque se pensaba que rondaban por el aire causando enfermedades a las niñas y niños.
"Sabemos que, si compramos ese pan de muerto en un Starbucks, en un Sam's o en un Walmart, es una producción masiva. Y todo es exactamente igual", agrega Méndez Martínez.
Pero cuando el pan se consigue con las mujeres que lo hornean en las comunidades rurales, prosigue la antropóloga, ellas te preguntan "si lo quieres de un tamaño más chico porque lo vas a colgar en tu altar, si lo quieres más grande, como esos enormes que venden en Oaxaca, que se ponen en las mesas, o si quieres uno en particular para cada miembro de tu familia".
Las mujeres que cocinan estos panes típicos en los pueblos no lo hacen por los beneficios económicos, sino por su valor tradicional. "Si saben que pueden vender más, no van a hacer más, ellas van a hacer 100 panes al día, es lo que les da su producción, y podrían hacer 200 o 300 y vender más, pero esta visión capitalista, ellas no la tienen".