El Alzheimer es una enfermedad que cada vez afecta a más personas en el mundo, pues se diagnostican cerca de 40,000 casos nuevos cada año entre adultos mayores de 65 años. Esta forma de demencia no es exclusiva de los humanos, pues también puede desarrollarse en perros y gatos.
En estas especies, el padecimiento se conoce como Síndrome de Disfunción Cognitiva (SDC). Un estudio hecho por la Universidad de Washington y El Proyecto de Envejecimiento de Perros (The Dog Aging Project), un programa de investigación sin fines de lucro, determinó que a partir de los 10 años, los perros tienen 52 % más de riesgo con cada año estacional de padecer el SDC.
La principal diferencia entre el Alzheimer que afecta a los humanos y el SDC que afecta a perros y gatos radica en la acumulación de proteínas implicadas en el desarrollo de la enfermedad, pues en los animales aparece una gran cantidad de la proteína beta-amiloide, mientras que en los humanos se acumulan las proteínas tau.
A pesar de esto, ambas enfermedades son similares biológica y clínicamente, a tal grado que el síndrome de disfunción cognitiva se utiliza de modelo para estudiar el Alzheimer en las personas. En un ensayo veterinario hecho por científicos australianos se logró revertir el SDC en más de la mitad de pacientes caninos a través de un tratamiento de neuroprecursores inyectados en el hipocampo bilateral. Esta técnica podría ser usada en personas, por lo que el hallazgo es muy importante para obtener una cura a la afección.
El SDC es una enfermedad neurodegenerativa que provoca fallos de memoria y cambios de comportamiento debido a la pérdida progresiva de células cerebrales y la destrucción del sistema nervioso central. El padecimiento es más frecuente en perros que en gatos. Los canes suelen presentarlo a partir de los 10 años, mientras que los felinos domésticos lo sufren al alcanzar los 11 años.
Los síntomas más comunes son desaprender órdenes básicas y rutinas, desorientación en el hogar, deambular con mirada ausente, pérdida de control de los esfínteres, y en el caso de los gatos, miccionar y defecar fuera de su caja de arena.
Otras señales del SDC son los cambios de comportamiento, muestras de nerviosismo o ansiedad sin razón aparente, alteraciones en la alimentación, el ciclo del sueño y vigilia. Los gatos que lo padecen suelen mostrar vocalizaciones extremas, es decir, se vuelven maulladores constantes.
Este padecimiento aún no tiene cura y tampoco hay una prueba diagnóstica exclusiva, pero al igual que sucede con los humanos, hay ciertos factores que pueden retrasar o evitar el deterioro cognitivo en los animales de compañía.
Un estudio elaborado por la Universidad de Washington determinó que los perros sedentarios que no llevan a cabo ninguna actividad física apropiada y carecen de estimulación ambiental tienen 6.47 probabilidades más de sufrir SDC. Debido a esto, se recomienda mantener una vida activa, tener una alimentación saludable, así como brindarles juegos y desafíos para mantenerlos en una buena forma física y mental.
Convivir con un perro o gato diagnosticado con SDC puede ser duro, especialmente para el tutor, pues la atención que deben de tener aumenta y hay que tener mucha paciencia y sensibilidad hacia las muestras de confusión que puedan tener, pues en muchas ocasiones habrá que guiarlos hasta su colchoneta, acercarles el plato de comida y estar pendientes de que recuerden beber agua.
También es necesario ser precavidos ante posibles riesgos físicos para el animal, como escaleras u obstáculos en el hogar que les dificulten moverse, aunque el síntoma más problemático puede ser el cambio de comportamiento en la interacción social.
Al igual que las personas con Alzheimer, nuestro animal de compañía puede dejar de reconocernos y volverse distante e introvertido, incluso, puede desarrollar un miedo constante que lo lleve a tomar acciones agresivas, por lo que es vital que se acepte la condición de la mascota para adaptar los cambios a nuestra rutina y asumir la responsabilidad para cuidarlo, protegerlo y atenderlo durante el resto de su vida.