Era el 10 de marzo de 2020 y se llamaba a conferencia de prensa en Casa Aguayo. El asunto a tratar fue la detección del primer caso de COVID-19 en Puebla.
Era de un trabajador de VW que regresó de Italia. Asintomático el hombre. Nada de qué preocuparse en ese momento.
Lo que no sabía, amable lector, es que estaba a punto de desatarse un infierno en muchos poblanos. Incluyendo en quien escribe esta columna.
De manera cínica ocupo estas líneas para hablar de un tema que aún me cuesta digerir y que muy probablemente nunca acepte o supere por completo: la muerte de mi padre a causa de este maldito virus.
La madrugada del 13 de junio de 2020 me despertó una llamada de mi mamá.
“Tavo, nada más para avisarte que tu papá se puso mal, le costaba respirar. Ya lo trajimos al ISSSTE y lo metieron a urgencias COVID-19. Le van a hacer la prueba para confirmar el contagio”.
El mundo, desde ese momento, se puso en cámara lenta para este columnista.
13 días después, el 26 de junio, falleció papá pasadas las 5 de la tarde.
Me quebré enfrente de mamá, pero ante la gente me mantuve lo más sereno que pude. Había que ser fuerte. El infierno que llevaba y aún llevo por dentro lo apacigua mi esposa, quien me sostuvo siempre la mano ante el abismo.
Y a partir de ese momento las cifras de contagios y muertes pegaban más duro en este columnista. Murieron conocidos, otros enfermaron de gravedad, vi las lágrimas de amigos que perdían a su madre, su padre, su tío, su hermano, su esposa, su hijo, su hija…
Sí, caí en depresión, eso pocos lo saben.
Es muy difícil seguir de cerca el avance de una pandemia cuando este virus se ha llevado parte de tu vida, pero alguien tiene que hacer este trabajo.
No pretendo la compasión o lástima de nadie con esta historia personal, solo quiero decirles a todos los que han pasado por este infierno que no están solos, que como ustedes, miles están en la misma situación.
¿Dolerá toda la vida? Por supuesto, no nos engañemos. Lo único que nos queda es aprender un poco de lo que se ha vivido.
Sí, la luz comienza a verse al final del túnel. Muchos dicen que estamos cerca de pasar de la pandemia a la endemia, que el COVID-19 será una enfermedad estacional similar a la influenza.
Pero como toda guerra, este virus ha dejado daños en muchos poblanos, internos y externos, de alma y físicos. Salimos del campo de batalla cansados y medio muertos, pero también con la oportunidad de hacer una retrospectiva y ver en qué fallamos.
Son dos años de COVID-19 en Puebla que aún no han terminado. Aún habrá familias en luto, contagios y malos momentos. Solo está en nosotros el aprender a vivir con un virus que no fue una “gripita” que se combatía con estampitas y que se curaba con caricias.
Ocupo este espacio de crítica política para recordar a Lourdes, Félix, Juan, Alfredo, Esperanza, María, Gonzalo, David, Cristina y todos esos poblanos que el COVID-19 nos arrebató.
Por supuesto, un beso hasta el cielo a usted, Don Odilón…