Justo cuando muchos respirábamos tranquilos por no tener cerca campañas electorales, el encanto se rompió con la visita del canciller Marcelo Ebrard a tierras poblanas.
El “cuate” Marcelo partió plaza en Puebla.
Se paseó cual delfín en un mar de alabanzas de propios y extraños, pues no solo morenistas lo veían con admiración, sino que uno que otro panista babeaba por él.
Llegó sonriente y cual Luis Miguel repartió besos, abrazos, apretones de mano y por supuesto selfies. No faltó aquel que hasta un autógrafo le pidió.
¿Sana distancia? ¿Para qué? Si don Marcelo parece que ya tiene la bendición de Palacio Nacional y seguro ya le heredaron las estampitas para defenderse del coronavirus.
Y los diputados olvidaron su labor para ir al encuentro del candidato, digo, del canciller. Lo escucharon gustosos, aunque seguramente no entendieron ni una palabra de lo que dijo.
Les ardían las manos de tanto aplaudir y de sostener el celular preparado en modo cámara para tomarse una foto con el futuro mesías.
Se mueve como candidato, viste como candidato y dicen que hasta huele a candidato por la cantidad de perfumes que se juntaron en cada abrazo que recibió.
No, amable lector, las campañas nunca terminan y eso lo sabe el buen Marcelo, que parece que tiene a Puebla como uno de sus sitios favoritos no por su importancia para el país, sino porque es un jugoso botín para pelearle a Claudia Sheinbaum la candidatura.
Faltan dos años para las definiciones de candidaturas y -maldita sea- las campañas ya comenzaron.
No cabe duda de que la crisis sanitaria, los contagios, la crisis económica, la recesión técnica, el crimen organizado y otros problemas no existen cuando está la política presente.
Maldita, mil veces maldita política.