Con el avance, en al menos las últimas dos décadas, de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC 's) las relaciones e interacciones sociales se han ido trasladando al ciberespacio. De una forma muy lógica, se ha transformado la forma en que nos relacionamos con la sociedad y con nosotros mismos.
¿Se han percatado que hoy ya no conocemos el silencio? ¿Cuántas veces nos hemos detenido a observar que no podemos existir sin un podcast, una canción o algún video de fondo para acompañarnos en nuestro día a día? Hoy, la conexión permanente a contenidos audiovisuales en internet es parte de toda nuestra rutina y para muestra la Encuesta del Consumidor Digital 2020, realizada por Nielsen, arrojó que los mexicanos consumimos hasta 94 horas de internet en promedio a la semana. Ese cambio en el corto plazo impulsado por la aceleración de la digitalización de la vida por la pandemia, llegó para quedarse.
A veces, las amistades en internet ya son más cercanas que las amistades que habríamos de construir en “el mundo real”. Hoy amamos, peleamos, ignoramos y demás, gracias a un dispositivo tecnológico y a toda la serotonina que nos produce un like o ver nuestro nombre en algún sitio.
Sin embargo, como todo, no puede ser todo miel sobre hojuelas. Lo que también ha traspasado la frontera de la realidad, ha sido la violencia y los daños que esta causa. La violencia existe (sería muy negligente de mi parte negarla), pero la forma en la que ha mutado en internet es verdaderamente preocupante, sobre todo por la capacidad de viralización que se tiene en línea. ¿Cuántas veces hemos visto que un acto de odio tiene mayor capacidad de réplica que una acción noble?
En ocasiones la violencia vertida en internet ha sido considerada como un mal que solo se tiende a ignorar; sin embargo, el problema fundamental y que carece de esa lógica, es que muchas veces el no tomar acciones provoca que las líneas escritas amparadas en el anonimato y un dispositivo móvil provocan acciones peligrosas en el mundo real. Recordemos, por ejemplo, aquellos grupos organizados a través de redes sociales atacando infraestructura 5G, con el pretexto de que estas “esparcen la COVID-19”.
Exculpar a las autoridades frente a casos de cyberbullying o de acoso, así como el intercambio de imágenes íntimas sin consentimiento, y dejar que “las plataformas lo resuelvan” habla de lo poco que estamos preparadas y preparados en México para enfrentarnos a una realidad cada vez más digitalizada. Así como la delincuencia en el plano físico, la violencia digital tiene que partir de la prevención, de la institucionalización de protocolos de seguridad, así como de campañas de concientización acerca de los derechos que contamos como ciudadanos digitales.
A pesar de que hoy el país cuente con iniciativas que en muchos estados ya son ley, como la Ley Olimpia, son el primer paso; pero como todo en México, lamentablemente se queda como un cúmulo de buenos deseos si no se toman las medidas necesarias.
Y no me malentienda, tampoco es que quiero que se niegue o se cree un estado policial en línea que vigile y censure la libertad de expresión, solo espero que nuestra vida en la red sea más segura, porque de no hacerlo el panorama pinta cada vez más para que todos esos futuros distópicos, en donde vivir en una red interconectada y fuera de control, cada vez estén más cerca.
El camino que elegimos es duro, peleamos con un sinfín de contradicciones, pero es tiempo de mirar al frente y combatir por el futuro digital que queremos.
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