Iba a ser el mejor carnaval de todos los tiempos, incluso mejor que el de 1919, cuando se celebró por todo lo alto el fin de la gripe española. Las previsiones para la fiesta grande de febrero dominaban las conversaciones en las esquinas y los bares de Río de Janeiro y otras ciudades brasileñas desde hacía meses. Sería una catarsis colectiva, algo que nadie se quería perder.
Los buenos datos de vacunación contra el covid-19 (en Río más del 80 por ciento de la población tiene las dos dosis) y la caída continua del número de contagios e internaciones invitaban al optimismo. Pero no pudo ser: la variante ómicron llegó con fuerza a Brasil y echó por tierra los sueños de un carnaval para festejar el fin de la pandemia.
Según el boletín más reciente de las autoridades sanitarias de Brasil, se detectaron 7.765 casos en las 24 horas previas y 234 muertes, incluyendo un fallecimiento el jueves por la variante ómicron.
En los últimos días, ha sido un jarro de agua fría detrás de otro. Primero, alertados por lo que ocurría en Europa (siempre un anticipo del escenario que se vivirá aquí semanas después), muchas comparsas callejeras, en Brasil conocidas como "blocos", ya anunciaron que no estarían en las calles.
RÍO Y EL EFECTO DOMINÓ
El martes, el alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, se reunió con representantes de la fiesta y zanjó el debate.
"El carnaval de calle, por su propia naturaleza y por su aspecto democrático no permite hacer ningún tipo de control. Es inviable", lamentó.
Al día siguiente, representantes del mundo de la fiesta en São Paulo se anticipaban a las autoridades: "No saldremos a las calles este carnaval, aunque la fiesta sea autorizada".
Era la voz de casi 450 blocos, los principales responsables de arrastrar por la ciudad a casi cinco millones de personas, lo que la alcaldía esperaba para este carnaval.
También cancelaron el carnaval ciudades con gran tradición carnavalesca, como Recife y Olinda en Pernambuco (noreste) y Salvador en Bahía (noreste), y otra decena de capitales del país con menos tirón turístico. Aún así, eso no significa que Brasil haya renunciado del todo al carnaval, cuyo impacto económico es innegable.
LA ESPERANZA DEL SAMBÓDROMO
Queda la opción del Sambódromo, donde compiten las escuelas de samba. Son los imágenes que suelen acaparar la atención internacional: grandiosas carrozas, coloridos disfraces y animadas coreografías. En Río de Janeiro, el recinto, diseñado por el arquitecto Oscar Niemeyer, tiene capacidad para 70.000 personas. São Paulo también cuenta con un Sambódromo, un poco menor.
Las autoridades confían en que los desfiles puedan realizarse, exigiendo comprobante de vacunación a todos los espectadores y a todos los componentes de las escuelas dispuestos a desfilar. También se espera que a finales de febrero el pico de la ola ómicron haya dado una tregua.
"Si hay un partido del Flamengo en el estadio de Maracaná puede haber un desfile de Portela y de todas las escuelas de samba en el estadio de la samba, que es la avenida Marqués de Sapucaí (el Sambódromo)", argumentó el alcalde de Río, ferviente amante del carnaval.
El alcalde pide no demonizar la fiesta y la equipara a otros grandes eventos: si hay partidos de fútbol, puede haber carnaval. Las escuelas de samba siguen con sus ensayos y confían en desfilar. También están en marcha preparativos para fiestas en locales cerrados y todo tipo de eventos privados.
En los últimos días se alzaron algunas voces críticas, al entender que se penaliza al carnaval más popular y democrático, mientras que las personas con más poder adquisitivo podrán pagarse una fiesta igualmente aglomerada. "O se hace un carnaval para todos o no se hace para nadie", gritan algunos. El debate está servido. (Sputnik)