En lo personal, amable lector, esta pandemia de COVID-19 me dejará muy marcado por el daño que causó a mi familia. Situación que muchos seguramente viven de manera similar.
Y los que me conocen saben que he buscado crear un poco de consciencia de la gravedad de este virus. Incluso, he hartado a familiares y amigos con los constantes llamados a la responsabilidad.
Pero saben, el que está harto soy yo… como muchos más mexicanos.
Estoy harto de ver cómo las autoridades federales han dejado de lado completamente su misión de proteger a la sociedad debido a que no es políticamente rentable tomar decisiones contundentes.
Estoy harto de la infinidad de estúpidos (perdón la palabra) que encuentro en mi día a día sin cubrebocas y sin tomar la sana distancia.
Me ha llevado al punto del hartazgo los argumentos de todos esos antivacunas que han decidido ser un foco de infección por ideas fuera de toda proporción.
Ya no tolero a esos amigos y colegas que aseguran que no se vacunarán debido a que ya pasaron por el COVID-19 y tienen los anticuerpos necesarios.
Estoy harto de la clase política, que ha puesto por encima de todo su infinito interés del poder por el poder, siendo caldo de cultivo de contagios por su afán de mantener eventos públicos donde la sana distancia no existe.
Y sí, amable lector, estoy harto de muchos de mis colegas que se catalogan como héroes por seguir en las calles pese a los riesgos que existen.
¿Qué tal les fue con los contagios en esa comilona del PRI poblano? Les pregunto.
Y es que México y Puebla se van todas las noches a dormir pensando tontamente que somos inmunes a un virus mortal y que tardará años en desaparecer.
México se va a la cama esperando que por arte de magia el COVID-19 desaparezca a la mañana siguiente, pero todos los días se repite la misma y terrible realidad.
Y cuando México despertó, el COVID-19 todavía estaba allí.