Joseph Robinette Biden Júnior, mejor conocido como Joe Biden, logró superar, antes del mediodía del sábado, los ansiados e indispensables 270 votos del Colegio Electoral (290 contra 214) para convertirse en el presidente número 46 de Estados Unidos, así sea virtualmente, en las elecciones con el mayor número de votantes en la más que bicentenaria historia de la democracia estadunidense, así como en el demócrata más votado al obtener hasta ahora 74 millones.
Subrayo hasta ahora porque si bien pareciera del todo irreversible el fallo que dictó el electorado el súper martes 3, comenzó un litigio político y jurídico a cargo del equipo de abogados y los estrategas de Donald Trump para que los sufragios se cuenten y recuenten en varios estados de la Unión Americana donde los resultados no le favorecieron al partido rojo sólo por el color, lo cual por cierto es lo más normal en cualquier país que se precie de ser democrático.
Y la autodenominada clase política y la plutocracia estadunidenses –Wall Street y el complejo militar industrial en particular– adoran tanto su sistema político con signos de agotamiento como en el antidemocrático voto indirecto para elegir al presidente, que nunca dudaron en invadir decenas de países para exportar e imponer la democracia Made in USA.
Litigio político y jurídico, por otra parte, que rebasará cuando menos los próximos dos meses y es preferible que así sea frente a la anunciada expectativa de que los grupos supremacistas y ultraderechistas pasen a la acción armada como lo anunciaron y tímidamente lo hicieron afuera de varios colegios electorales. Donald John fue incapaz de marcarles el alto.
También porque una derrota de esta magnitud durante una gran batalla que llaman “muy reñida”, para un fuerza política y electoral en pleno ascenso al obtener más de 70 millones de sufragios, más que en 2016, con avances en la Cámara de Representantes y el Senado en empate que se definirá hasta enero con dos escaños a nueva elección, no puede ni debe ser ninguneada si de verdad tienen algún valor las palabras que Biden pronunció la noche del domingo:
“Me comprometo a ser un presidente que no busca dividir, sino unificar”; que pujó por despachar en la Casa Blanca “para restaurar el alma de Estados Unidos” y que ésta “es la hora para sanar”, aunque paralelamente juró “promover las fuerzas de la decencia (sic), la ciencia y la esperanza” para dar “la batalla contra la pandemia –que todo indica fue la causa principal de la derrota del xenófobo y autoritario magnate inmobiliario–, por la justicia racial y para salvar al mundo al controlar el cambio climático”.
Es para temerse que nada será sanado y ninguna “alma” restaurada sin tomar en cuenta la formidable fuerza del Partido Republicano y del muy reaccionario trumpismo con y sin Donaldo Pero Biden no es lo completamente opuesto: https://www.jornada.com.mx/2020/11/08/cartones/0
Si se busca desmontar cualquier expectativa de conflictividad política y social que todavía no emerge, pues que la cúpula del Partido Demócrata, el mismo Biden y la virtual primera mujer vicepresidenta, con raíces en India y Jamaica, afrodescendiente, no le compliquen al neoyorquino y depredador sexual la construcción del amargo camino de la derrota, complejo para un narcisista político y mitómano impar, quien no tendrá el temple de asumirlo públicamente y no sería una sorpresa que no se presente a la ceremonia de entrega del mando presidencial el 20 de enero de 2021, si insisten en vapulearlo. Veremos.