A finales del siglo XIX los países desarrollados importaban una gran proporción de sus alimentos, Inglaterra, por ejemplo, importaba el 60% de los cereales y el 80% de los huevos que consumía. En cambio, los países subdesarrollados, como México, basaban su economía en un modelo primario exportador y eran los abastecedores de los países ricos. Pero cuando ocurrieron las guerras mundiales los países desarrollados comprendieron que depender de otros países vulneraba su soberanía, ¿Cómo es que cambiaron las condiciones?
Cuando concluyó la segunda guerra mundial se formó el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), en 1955 la mayoría de los países pugnaba por un libre mercado, pero los países desarrollados se opusieron a que los alimentos entraran en esta apertura. En 1994 en una reunión internacional conocida como la Ronda de Uruguay se formó la Organización Mundial de Comercio (OMC), en ese momento fueron los países desarrollados los que obligaron a todos los demás a permitir el libre comercio de alimentos.
De 1955 a 1994 los países desarrollados impulsaron una férrea política para desarrollar la producción agropecuaria (sector primario), este periodo se conoce como “Revolución Verde”. El campo recibió un “paquete tecnológico” que consistía en introducción de maquinaria (tractores y riego automatizado), semilla mejorada, fertilizantes, herbicidas y pesticidas que hicieron más intensiva la explotación de la tierra.
En el mismo periodo, los países subdesarrollados impulsaron una política para desarrollar la producción industrial (sector secundario), pero al tiempo que se desarrollaba un sector se descuidaba otro: el campo y no sólo eso, se obligó a los campesinos a tener precios de garantía (congelamiento de precios) para dar estabilidad a los productores industriales, lo que terminó estrangulando al sector primario.
Cuando se abrió el libre mercado de alimentos en 1994 los países subdesarrollados fueron incapaces de competir con los precios de los países desarrollados y sin ninguna política correctiva crecieron las importaciones de alimentos en detrimento de los productores nacionales. En México, por ejemplo, muchos campesinos al perder competitividad abandonaron la tierra y aumentaron la migración hacia Estados Unidos, donde siguieron sembrando, sólo que tierras ajenas.
En menos de 40 años las cosas habían cambiado y ahora eran los países subdesarrollados los que eran vulnerables en materia alimenticia. Por si fuera poco, el periodo neoliberal (1990-2018) exacerbó las condiciones de precarización del campo y la producción nacional continuó su caída libre a tal grado que hoy es insuficiente para producir los alimentos que consume.
La gráfica 1 muestra la relación de producción e importación del total del consumo aparente de maíz. El consumo aparente se calcula fácilmente sumando las importaciones a la producción nacional y restando las exportaciones. De este total se divide el origen de los alimentos, si fue por importación o por producción nacional. Cómo se observa, en los años sesenta casi el 100% del consumo aparente era producido en el país, las condiciones empezaron a cambiar en la década de los setenta y ochenta, a principios de los noventa se observa una recuperación, pero después de 1994 nuevamente la producción disminuye y aumentan las importaciones. A la fecha, 4 de cada 10 kilos de maíz que se consumen en el país son importados.
Elaboración propia con datos de FAO
Es una vergüenza si consideramos que el maíz se domesticó en nuestra tierra y Tehuacán ostenta los vestigios más antiguos que evidencian como el teocintle (maíz silvestre) se convirtió en el maíz actual a partir del cultivo de nuestros abuelos.
Una situación similar ocurre con semillas básicas como el frijol, el arroz y el trigo. Hoy casi el 60% del trigo que consumimos es extranjero. Las consecuencias las vivimos ya en 2007, cuando la producción internacional de maíz se orientó a la producción de biocombustibles y aquí vivimos una súbita alza en el precio que se conoció como la “crisis de la tortilla”.
La pandemia de COVID-19 también nos ha recordado esta vulnerabilidad, los países industrializados podrían dictar medidas proteccionistas y limitar el comercio internacional de alimentos dejando desprovistos a países como el nuestro. El que como país no podamos definir nuestra propia política alimenticia es significado de pérdida de soberanía alimentaria.
Hoy, que con la Cuarta Transformación (4T) se intenta recuperar la rectoría del Estado para definir la política alimenticia han salido los grandes opositores: empresas que se beneficiaron de la ruina del campo mexicano durante la larga noche neoliberal; trasnacionales que nos estafaban como consumidores; acaparadoras de la producción que impulsaban un sistema de transgénicos perniciosos para la salud. Sus agresiones llegaron al punto de obligar a Víctor Toledo a renunciar a la Secretaría del Medio Ambiente. Es tarea del pueblo organizado recuperar la soberanía alimentaria y defender las nuevas políticas que mejoren la calidad y accesibilidad de alimentos.
*Profesor-Investigador Facultad de Negocios, Universidad La Salle México
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores
Twitter: @BandalaCarlos