Una desvencijada casa tiene afuera a dos hombres de cuarenta años tomando cerveza en la colonia Gonzalo Bautista de la ciudad de Puebla. Bromean cuando uno le muestra a otro su celular. Están en Facebook, se ríen de memes y aceptan solicitudes de amistad de bellas mujeres que son evidentemente perfiles falsos.
Los dos alegres compadres no leyeron el post de algún aspirante a candidato en el que señala los errores del modelo económico planteado por la izquierda radical, tampoco leyeron el análisis sobre la depreciación del peso proyectada para los próximos meses y mucho menos vieron el video de la nueva ministra de Nueva Zelanda que da su informe en menos de dos minutos.
Y ellos son de los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador. No porque estén comprometidos con la lucha bolivariana o con el socialismo mundial. Les agrada López Obrador porque le da con todo a los rateros del pasado, porque les dice sus verdades a los ricos y porque él es barrio.
Los dos varones trabajan como “chalanes” del maestro hojalatero. En la calle ponen a todo volumen la clásica música para trabajar. No quieren saber de los defectos de la política de Inversión Extranjera Directa, prefieren reír de las bromas del presidente.
En Twitter, Facebook e Instagram, empresarios, académicos, políticos de distintos partidos y otras figuras públicas comparten información sobre los fallos del actual gobierno federal. La mayoría de estos señalamientos son reales, tienen cifras y datos comprobados que los destacan, pero no cambian la percepción de la realidad porque luego de 18 años recorriendo el país, repitiendo que él sí es pueblo, Pancho y Juan confían más en él que en cualquier otro político.
La encuesta que pagó El País a SIMO Consulting señala que 64,7 % de los mexicanos considera que las políticas del actual Gobierno están sirviendo para reducir la corrupción, frente a un 32% que cree lo contrario. Por supuesto que esta aseveración es cuestionable, pero la repetición del mensaje del presidente por años ha causado la penetración del concepto.
Desde Pancho y Juan, hasta María y Lupita, la mayoría de los mexicanos ubica a López Obrador como el político anticorrupción aunque no lo sea. Las licitaciones son directas ahora, los videos evidencian patrocinios ilegales para las campañas, el IMSS cada día se presenta como una de las instituciones más corruptas y a los colaboradores del mandatario federal cada día les descubren más propiedades.
Pero el mexicano promedio, el que forma parte de ese 65 % de la encuesta, no lo sabe. La repetición en los medios tradicionales ha llevado el mensaje de que López Obrador es quien combate a la corrupción.
Los críticos del mandatario han concentrado sus señalamientos contra el presidente en las redes sociales, pero no en las calles. En las taquerías, fonditas, en el mercado, en la fila del banco para cobrar el cheque de la nómina no se habla del mal presidente que gobierna, pues la política desencantó a los mexicanos hace años.
Si el mensaje de contraste debe penetrar, este debe ser directamente donde viven los seducidos por López Obrador. Es en las calles sin construir, las de polvo y piedra donde debe explicarse cuál es su objetivo e intención. Pero, en un sistema partidista, los aspirantes a candidatos que lleven este mensaje encontrarán resistencia por otro elemento comunicador que el tabasqueño ha impuesto a base de repetición: “y cuando tú estuviste gobernando (partido), por qué no cambiaste mi realidad”.
López Obrador sabe que en la narrativa a ras de suelo ha ganado, por eso se da el lujo de hacer estrambóticas declaraciones que se discuten con denuedo y molestia en las redes sociales, pero estas son sostenidas por usuarios cómodos que prefieren las protestas digitales. Y así piensan que cambiarán a México.