Angie Michelle Vera, al igual que muchos otros y otras jóvenes de Puebla han sido seducidos por el poder del dinero. No importa si este proviene de lo ilegal. El brillo de autos, botellas, celulares, ropa o paseos seduce de la misma forma que la intensidad de una luz atrapa a los insectos, les encandila y les lleva a su muerte.
Una joven guapa, seguramente con un carácter fuerte -o de otra forma no podría entenderse su voluntad de no entregar una contraseña de celular- desapareció de la tierra con una violencia implacable. El dolor de sus padres es, seguro, inimaginable.
Hay hechos contundentes en este caso. Los asesinos están vinculados con el narcomenudeo. No es intención de esta columna revictimizar a la joven. Por el contrario, el fin de este escrito es sensibilizar sobre lo impresionante que es la seducción del dinero para los jóvenes en una sociedad donde la pobreza cada vez es más lacerante y genera distanciamientos sociales.
La violencia del crimen no tiene su origen en el interés por las armas, sino en la necesidad de tener más dinero, más poder adquisitivo, en resumen “más”. En México, niños de 10 años fallecen debido a que son halcones de un grupo rival, aspiran a ser sicarios no por el privilegio de matar, sino por la necesidad de destacar: una escala moral trastornada.
Según la Fiscalía General del Estado, Michelle fue asesinada la noche del 12 de julio de 2020, en un domicilio en San Andrés Cholula. Las personas (eso por describirlas con parcialidad porque en realidad son monstruos) presuntamente se dedicaban al narcomenudeo. La joven fue llevada a ese lugar y ahí le exigieron entregar su celular y contraseña. No lo hizo y fue golpeada, humillada, ahorcada y decapitada postmortem.
La crueldad humana parece no conocer límites, pero en el México de los falsos dioses del narco, esta violencia es símbolo de poder y orgullo. El alma del país no podría estar más podrida.
Un reportaje de la revista Vice señala que un dealer -quien surte drogas- puede hacer que de 3,000 pesos de marihuana estos se conviertan en 6,500 o 7,000 pesos. Pero uno que comercializa cocaína, metanfetaminas y otros productos puede ganar desde los 30,000 hasta los 200,000 pesos al mes dependiendo sus contactos y áreas de influencia.
San Andrés Cholula es el antro de Puebla. El lugar de la fiesta más popular en el estado. Esta vida de fiesta atrae, obviamente a dealers de todos los estratos sociales: los que surten a los recién iniciados en la vida de la noche hasta los que llevan los “mejores” productos a los jóvenes y no tan jóvenes de lo más alto de la sociedad actual.
Los asesinos de Michelle forman parte de ese grupo. El dinero fácil les atrajo, pero este tipo de ingresos exige un pacto, la entrega de su alma: dejar su humanidad de lado a cambio de convertirse en agentes de la muerte. Cualquier día es bueno para morir y cualquiera la causa. La banalidad de la vida forma parte de los nuevos constructos de esta subsociedad.
Porque hay códigos de comportamiento en el mundo del narcomenudeo. La violencia es símbolo de poder y la agresividad signo de carácter. Por ello, en el caso de Michelle, contrataron exclusivamente a una mujer para atacarla, darle una lección.
Pero esta columna no tiene la intención de ser indolente en su análisis. No pretende ofender a la familia de esta joven. Por el contrario, Michelle fue, hace 19 años, una bebé que a sus padres arrancó sonrisas de júbilo, lágrimas de felicidad como las de todas las madres y padres que ven crecer a sus hijas. Tristemente, también sus agresores fueron criaturas inocentes en un lejano año 2000. La maldad infame se forjó con su crecimiento, con su deseo de ser más, ganar más, lograr tener más que los demás.
¿Entonces la perversión de la humanidad se encuentra en su crecimiento? Sí, o más bien en el entorno y en los significantes generados por las actividades con las que los humanos conviven a lo largo del tiempo. Los homicidas de la joven Michelle en algún momento creyeron en que “dar un escarmiento” implica la violación de la dignidad humana. Algo se estropeó en su desarrollo humano.
El crimen contra Michelle Vera solo apunta a una obvia sentencia que, pese a su absurda lógica, no ha sido reducida: los problemas sociales son la causa de la generación del submundo del hampa en el que la deshumanización rige cualquier comportamiento y en donde ha desaparecido, por completo, el rasgo de bondad que nos permite ser empáticos e incluso cariñosos. En ese mundo, los escarmientos son la muerte y las víctimas pueden ser mujeres, casi niñas.