Debido a los problemas económicos derivados de la pandemia de COVID-19 así como otras políticas que pudiesen afectar el funcionamiento de las universidades, se teme se agudice la fuga de cerebros, con consecuencias importantes para los países menos desarrollados. Según el Centro de Atención al Talento (CEDAT), organización miembro del World Council for Gifted and Talented, del pequeño porcentaje de niños en México a quienes se les detecta oportunamente un coeficiente intelectual alto, la mitad está en riesgo de emigrar en busca de mejores oportunidades en un futuro debido a la pandemia.
La fuga de cerebros consiste en la emigración de capital humano, en particular de profesionistas y científicos con formación universitaria obtenida en su país de origen. Esto ocurre por diversos motivos, entre ellos la falta de empleos bien remunerados. Esto suele causar, en los países que pierden este capital, cambios en las habilidades estructurales de la fuerza laboral, la falta de personal para puestos de trabajo y afectaciones a las políticas fiscales.
Hacia finales de marzo, el buró de asuntos consulares de Estados Unidos lanzó una convocatoria para que profesionales de la salud de otros países acudieran a los consulados y embajadas a solicitar visas de trabajo con motivo de la pandemia de COVID-19. Esto resultó en visas para 8,600 médicos egipcios, según reportaron medios africanos. Otros países europeos han emitido convocatorias similares, algunas de las cuales, se ha reportado, buscan en particular médicos provenientes de África.
Ante esta fuga de personal médico de un contexto de menor ingreso a uno mayor, académicos han llamado a gobiernos a desarrollar estrategias de retención, a través de beneficios y compensaciones; de la mejora de los lugares de trabajo y los sueldos, así como a través de la oportunidad de crecimiento profesional.
Brasil, por otro lado, experimenta una fuga de cerebros desde 2015, a raíz de recortes al presupuesto en materia de ciencia hacia el final del mandato de Dilma Rousseff, con una crisis mayor bajo la administración de Jair Bolsonaro, quien ha demostrado públicamente no ser creyente de la ciencia.
De acuerdo a The Intergenerational Foundation, una organización caritativa de Reino Unido, la tasa de desocupación para graduados universitarios en Brasil se incrementó en 160%, desde entonces, y la tasa de desempleo ha alcanzado el 25% para personas con maestría. Actualmente, Brasil cuenta con 700 investigadores por cada millón de habitantes, por debajo del nivel de China (1,100), Rusia (3,100), Unión Europea (3,200) y Estados Unidos (3,900), asegura la fundación.
No obstante, el que profesionistas de un país dejen su lugar de origen también tiene beneficios cuando el capital intelectual y científico se mantiene en circulación, afirman especialistas. A través de los intercambios de investigación, los países receptores se benefician con la riqueza cultural de los migrantes. Con la integración posterior de profesores nativos con experiencia en el extranjero a la planta docente de las universidades se difunde el conocimiento y la experiencia proveniente de otros países.
Por este motivo, se espera también una afectación en el ámbito cultural y académico de Estados Unidos, ante las restricciones a estudiantes extranjeros para las universidades, impuestas por el gobierno de Donald Trump como respuesta a la COVID-19.
Frente a este escenario de un incremento en la fuga de cerebros debido al COVID-19, los gobiernos deberán implementar mejores sistemas para retener a su capital científico a través de mejores oportunidades de desarrollo profesional y de una mayor y mejor pagada oferta laboral, con el fin de contar en el país con el talento valioso que podría ayudar a resolver muchos de las problemáticas de la normalidad post coronavirus.