La narrativa estadounidense contenida en libros, películas y publicaciones autorizadas para exportación ha sido falsa con la verdad ocurrida desde el inicio de la colonización inglesa hasta la actualidad. En el curso de los tiempos masacraron a cuatro millones y medio de indígenas, habitantes originarios del territorio hoy bajo la égida de Donald Trump, con la única finalidad de arrebatarles tierras, riquezas y posesiones.
Desde las costas de Plymouth, la colonia se extendió hasta lo que es actualmente el territorio de Massachusetts, Rhode Island, Connecticut, New Hampshire, Pennsylvania, New York, New Jersey, Delaware, Maryland, Virginia, las dos Carolinas y Georgia. Las trece colonias, adquiridas por macabros procedimientos.
Todas estas "compras" a los pobladores indígenas originales se hicieron sobre la base del engaño, del despojo y del exterminio. Por ejemplo, en 1626, Peter Minuit, miembro de las expediciones francesas y holandesas, compró la isla de Manhattan en sólo veinticuatro dólares.
A cambio de alcohol y armas de fuego, los colonizadores ingleses, franceses y holandeses iniciaron la civilización indígena, poniendo en práctica las peores tácticas para exterminar a los indios. Para hacer oficiales las transacciones, los colonizadores no permitían los tratos particulares sin la intervención de los gobernadores al servicio de las casas reinantes europeas. De sangre le viene al galgo.
Considerados como intrusos en las tierras que los yanquis
La guerra por las colonias entre Francia e Inglaterra, provocada por el apetito insaciable de los monarcas europeos terminó en 1760, veinte años antes que el triunfo de la Revolución Francesa, con el triunfo de los británicos... y la derrota de las tribus indias, que fueron obligadas a combatir del lado francés… los ingleses se quedaron con los territorios de esas tribus y sus miembros fueron obligados a huir.
Las tribus aliadas con los ingleses gozaron poco de su protección, ya que en 1787 estalló la guerra entre Inglaterra y las colonias americanas y, al triunfo de éstas, con toda premeditación declararon la guerra abierta contra las etnias amigas del enemigo, les dieron la calificación de subalternas y desconocieron los acuerdos que establecían como fronteras los Montes Apalaches, generando de inmediato el corrimiento de la dominación americana hacia el Oeste del actual territorio.
Desprotegidos, fuera del encuadre legal, considerados como intrusos en las tierras que los yanquis le habían ganado a Inglaterra, las leyes del nuevo país no protegieron a los indígenas. El presidente Andrew Jackson opinó: "Desde hace mucho veo los tratados con los indios como algo absurdo, que desentona con los principios de nuestro gobierno". El presidente Van Beuren: "Ningún Estado podrá alcanzar cultura, civilización y progreso, mientras se permita a los indios permanecer en él ".
De 5 millones de indígenas oriundos, para 1902 quedaban 400 mil
Lo demás fue coser y cantar. Durante cien años, de 1788 a 1878, los Estados Unidos firmaron 370 tratados de paz con los indios, fumando la pipa de la paz el mismo número de ocasiones, prometiendo respetar los derechos e incumpliendo las cláusulas, hasta que el acuerdo de 1835 decidió trasladar a los indios a otras regiones del país donde no les molestaran, no reclamaran sus tierras, el pasto crezca y el agua corra.
A pesar de las intenciones expresas, las razones fueron más llanas: llevárselos a las regiones más áridas en Kansas, Oklahoma y Colorado. Apenas se habían instalado ahí cuando se descubrió petróleo y oro en esas tierras, antes mexicanas, y entonces fueron desplazados hacia los yermos de Arizona, Nuevo México y Nevada... hasta que se descubrió uranio.
De cinco millones de indígenas originarios, para 1902 quedaban 400 mil en todo el territorio, confinados en medio millón de hectáreas, viviendo en condiciones imposibles, peores que el ganado. Al iniciar el siglo, Theodore Roosevelt dijo: "Es una torpe, perversa y estúpida moral la que prohíbe prácticas de conquista que convierten a los continentes en asientos de poderosas y florecientes naciones civilizadas, donde el indio vaga en tierras que el blanco debe poseer para bien de la civilización ".
Tal parece que en México el Derecho otorga el poder de matarlos
Y si allá los exterminan con racismo, aquí lo hacemos con hipocresía. A setenta años de haber inaugurado nuestra vocación indigenista, los cachorros de los gobiernos revolucionarios continúan masacrando a los hermanos que visten y calzan diferente. Vivimos en la misma casa y no nos conocemos.
El tema indigenista, aunque no ha hecho explosión todavía, continúa poniendo a prueba la flexibilidad y la eficacia, la funcionalidad de la política y el valor de la tolerancia mexicana sobre el asunto. A falta de claridad, tal parece que en México el Derecho otorga el poder de matarlos. De los 50 millones que pueblan el Continente, son nuestros 16 millones.
El panorama latinoamericano es para avergonzarnos: Argentina garantiza el derecho a la educación bilingüe e intercultural. Colombia obliga a elegir dos senadores indígenas. Ecuador reconoce los derechos incluso de afros, que son la tercera sangre de los mexicanos. Nosotros ni sabemos que tenemos millones de ellos en el trópico húmedo y en las estepas norteñas.
Lejos de empezar a abordar seriamente la cuestión del indigenismo
Los extranjerizantes, ignorantes e intolerantes, que hay muchos, quieren un nuevo Temósachic. Una guerra de castas. Otra rebelión de colgados. Los miembros de nuestras 68 etnias existentes se extinguen cotidianamente. Catorce están en riesgo de desaparecer, entre ellos los valientes kikapúes, y los lúcidos popolocas, descendientes de Marina, la inteligente Malinche.
Estamos muy lejos de empezar a abordar con seriedad la cuestión del indigenismo. Se ha gastado mucho, pero todo ha ido a parar al barril sin fondo de la demagogia, porque no sabemos qué hacer con ellos. Sólo nos persiguen sus fantasmas, que son los nuestros.
Son 364 variantes idiomáticas, 11 familias lingüísticas, las que pudieran ser un semillero de florecimiento cultural y desarrollo regional que se está desvaneciendo por la discriminación y la violencia que ejercemos en su contra. Ningún indígena tiene participación esencial en los recursos minerales e hidráulicos de sus tierras originales. Sus intereses no se pueden defender en su lengua ante tribunales establecidos.
Aquí los exterminamos a pausas, con hipocresías y falsedades
Todo lo que rodea y haría florecer a las culturas indígenas ha sido exterminado: el presupuesto para el impulso de su cultura, la medicina tradicional y alternativa, las artesanías, el presupuesto para las actividades agroalimentarias, el fomento educativo en comunidades, la educación rural, el trabajo comunitario.
La radio comunitaria, las asociaciones en participación de los ejidos y comunidades, el conocimiento de las costumbres, de las lenguas y tradiciones indígenas, los programas de defensa jurídica integral de indigentes e indígenas de paso, los seguros de desempleo, la lucha contra la intolerancia y la discriminación.
Todo se derrocha para quedar bien entre “chupeteadores” del presupuesto que dizque representan a las comisiones y a las regiones indígenas.
La exterminación que en otros países se ha hecho a través del crimen y la violencia, nosotros la queremos hacer a pausas, con hipocresías y falsedades de oportunistas y demagogos, que quieren colgarse de cualquier gancho antes de chupar faros.
Vividores del indigenismo real, explotadores del México profundo
La honra al indigenismo no puede sustituirse con homenajes teatrales y escenográficos a la Madre Tierra o designaciones al gusto de grupos de vividores del indigenismo real, explotadores del México profundo. Ojalá lo de la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación sea otro chistorete de mal gusto. Todavía sigue causando escozor lo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
La lucha contra la discriminación y la defensa de los derechos humanos deben ser políticas de Estado, no chimichurris ni cambalaches al gusto de los boludos.
¡Alto a la hipocresía, a la ignorancia y a la demagogia!
¿No cree usted?