El discurso sobre el secuestro expresado por el presidente Andrés Manuel López Obrador luce más como parte de esta estrategia de discurso maniqueo que como una proyección de la ignorancia del mandatario sobre la realidad del país.
Ese maniqueísmo con interés de rentabilidad electoral se ve reflejado en otra de las notas de la semana: la polémica sobre el apodo del hijo de Beatriz Gutiérrez y el presidente Andrés Manuel.
Uno de los enormes problemas de nuestro país, así, es la normalización de la violencia.
Hacemos violencia tanto cuando hay agresiones físicas, pero también cuando ofendemos con la intención de causar dolor.
El humor siempre irá de la mano de la ironía, la sátira y la ridiculización de situaciones o personas. El humorista Mel Brooks cree que lo políticamente correcto está matando la comedia.
Pero también hay que entender que en México la ridiculización de las personas por sus atributos físicos e intelectuales no forma parte de la actividad humorística, forma parte de la convivencia del mexicano, de la manera en que socializa y así se normaliza la violencia.
Nos espantamos en redes sociales de lo agresivas que son las cuentas troles, pero no reconocemos en nuestra hipocresía social que el mexicano es así de agresivo verbalmente.
Aunque si bien no se aplaude y debe condenarse las críticas al hijo del presidente, hay que voltear atrás y encontrar en los timelines las agresiones verbales a las hijas de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera.
Pero, pero, pero los Cuatroté y sus rivales entienden mal este debate público.
No se trata de quién aguanta más vara o no, sino de reconocer que detrás de ese leguaje agresivo está la violencia que ha llenado las calles en México.
El populista es un maestro del discurso. El gran éxito del presidente ha sido el de lograr, con base en repetición como marcan los postulados de Goebbels, que el mundo se divide en dos: los buenos representantes populares de la cuatroté, que tienen todas las virtudes, y los villanos más villanos de todos los tiempos: los prianistas que quieren la conquista del mundo.
Así, en el debate de las burlas al hijo del presidente no hay realmente un análisis de la agenda pública respecto a los derechos de los infantes o la agresividad en el discurso del mexicano, sino que se trata nuevamente de un maniqueísmo: “hoy los Cuatroté somos los buenos y respetuosos de los derechos de los niños”, aunque hace apenas 24 meses hacían concursos para ofender de la manera más guarra a las hijas de Peña y Rivera.
Por otro lado, la oposición no entiende ese discurso simple y sin memoria, porque no hace falta la memoria ni el raciocinio. A lo largo de 18 años se ha repetido.
Y ese es el gran error que ha tenido la oposición. Sus caravanas que esta semana surgieron en varias partes del país reforzaban el mensaje de que, en efecto, son mexicanos que pertenecen a otra clase, no la trabajadora, sino la explotadora, la que oprime al empleado.
¿Y qué hay más en México, empleados o empresarios?
¿Ahora se entiende porque hay tanto fan de la Cuatroté?