Un pequeño de 13 años, que aún sueña con ser futbolista, es secuestrado y asesinado.
Su familia es humilde, marginada. El pequeño tal vez jugaba con un balón pinchado o con el bote de frutsi cuando soñaba estar en las grandes ligas del futbol.
Y un día, sus padres no pudieron juntar 6,000 pesos para rescatarlo de unos secuestradores.
Los miserables le mataron.
No son hombres, no son animales. Son demonios carentes de humanidad.
Otro personaje de esta especie abominable es el feminicida de Gardenia y Dulce Dayan.
Las flores que inundan la casa donde se hace el funeral de ambas no alejan el pestilente hedor del criminal que las asesinó.
Tiempos abominables vivimos en los que la infancia, la inocencia ya no detienen la mano homicida.
¿Qué falta de esencia humana puede tener un ser para no conmoverse ante una criatura llorando?
Pero la muerte es tan horrible con los infantes como con los adultos.
Las pesquisas de la Fiscalía apuntan a que en el caso de Gardenia es la expareja el presunto culpable del homicidio.
Cómo puede no tener ningún remordimiento quien, seguramente, le acompañó a ella y a su hija a alguna salida al cine o a un café.
Qué le motivo a cometer la vileza de asesinarla a ella y a la pequeña.
Justo son las motivaciones las que deben estudiarse.
Si el objetivo de la administración pública es trabajar por una mejor calidad de vida para sus gobernados, la mejor calidad de vida depende de la seguridad.
De la certeza de que los homicidios y secuestros pueden combatirse, reducirse.
Como sociedad, se necesita la investigación de las causas para entonces prevenirlas.
Y no hablo de las causas teóricas, sino de las motivaciones prácticas y entonces así será posiblemente detectable un asesinato en potencia.
Pero estas investigaciones no ocurrirán en tanto no cause devastación emocional este tipo de crímenes.
Hemos perdido la capacidad de impresionarnos como sociedad.
Comencemos con llorar amargamente por estos terribles incidentes.
Imaginemos en nuestros familiares estos terribles hechos.
Y que la rabia contra los demonios en la Tierra nos inunde.
Sólo así dejaremos de compartir violencia.
Pues todo el origen del mal está ahí.
En la furia descontrolada de una mente criminal sin alma.