La visión occidental del mundo sostiene que el ser humano fue creado para enseñorearse sobre la naturaleza y dominar a las bestias del mar y la tierra. Esta mirada se impuso con la modernidad en todo el mundo y nos colocó como la criatura superior del planeta. De esta forma dispusimos de todo cuanto pudimos y nos acabamos al planeta. Fue hasta el 5 de junio de 1974 que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lo declaró el Día Mundial del Medio Ambiente.
Este año la conmemoración se hace bajo el tema de la “Biodiversidad” y en condiciones inéditas con casi la mitad de la humanidad en confinamiento amenazada por un coronavirus, un organismo microscópico que nos recuerda que no somos los seres que dominan a la naturaleza.
El proceso de industrialización -que consolidó al capitalismo- desde el siglo XVIII, ha tenido como resultado un aumento significativo de la contaminación ambiental comparado con la era previa. La extracción de combustibles fósiles alteró los ciclos naturales del agua, el oxígeno y el carbono; se inyectó una cantidad mayor de carbono (proveniente del subsuelo) a la atmósfera y se sobrepasó la capacidad de absorción, una de las mayores consecuencias fue generar un “efecto invernadero”: los rayos del sol entran a la atmósfera y al momento de salir son atrapados por los gases contaminantes, por lo que la radiación térmica incrementa la temperatura del planeta.
El incremento gradual pero sostenido de la temperatura ambiental ha sido un fenómeno de la era industrial, de hecho 2019 fue el año más caluroso desde que se lleva registro. Se calcula que desde 1900 a 2019 la temperatura terrestre subió un grado centígrado, pero tan sólo en la década 2010-2019 el aumento fue de 0.4 grados. Esta evidencia estaría confirmando que el calentamiento se acelera y que estamos entrando a un callejón sin salida para la humanidad.
El aumento de la temperatura no sólo significa ambientes más calurosos, sino un desequilibrio de los ecosistemas. Por ejemplo, un mayor calentamiento en los océanos incrementa el número y la intensidad de los huracanes como lo hemos vivido en los últimos años; el deshielo de los casquetes polares produce un aumento del nivel del mar y la desaparición progresiva de la línea de costa. Los costos los pagan las comunidades más vulnerables, los más pobres del planeta que se encuentran en lugares riesgosos. El aumento del nivel del mar pone en riesgo a unos 40 millones de habitantes en todo el mundo y más de 100 millones podrían sufrir desplazamientos forzados por los efectos del cambio climático.
Menor disponibilidad de recursos naturales también somete a la humanidad a un estrés para obtenerlos, lo que podría desatar conflictos internacionales. Las naciones más poderosas serán las que acaparen los recursos; sin agua y sin tierras fértiles los países pobres sufrirán hambrunas cada vez más prolongadas, mayor propagación de enfermedades y mutaciones de microorganismos como virus y bacterias que se adaptan más rápido en ambientes diferentes a los de la era pre-industrial.
La crisis del coronavirus podría ser sólo la punta del iceberg de episodios de la naturaleza que amenazan nuestra subsistencia como especie. Mañana que conmemoramos al medio ambiente debe ser el marco de reflexiones profundas y trascendentales de lo que hacemos para detener la destrucción planetaria, tanto a nivel estructural como individual.
En el nivel estructural, deberemos transitar (y ahora con mayor rapidez) hacia modos de producción menos agresivos, recuperar la sabiduría milenaria de los pueblos indígenas y asimilar el respeto por la naturaleza, el otro y el universo. No es broma ni maniqueísmo de comunistas que tengamos que consumir menos, que nos mesuremos, que nos volvamos austeros, aunque algunos no les guste. Bajo este nuevo enfoque hablar de crecimiento económico empieza a carecer de sentido. El sentido ahora es hablar de decrecimiento, dejar de producir los excedentes que se desperdician y limitarnos a lo necesario.
En Japón, por ejemplo, hay aproximadamente 6 millones de viviendas vacías y su población decrece en 200 mil habitantes por año; la industria de la construcción debería frenar sus actividades de construcción de viviendas nuevas. Sin embargo, siguen construyendo más y otorgando créditos hipotecarios, en pocos años, un 80% de los japoneses podría tener dos viviendas propias, aunque más de 10 millones no se lograrán habitar ni alquilar porque no habrá población para ello.
La siguiente gráfica muestra a los estados del país que contaminan más y los que contaminan menos en función del volumen de residuos sólidos por habitante. Quintana Roo, nuestro paraíso turístico, produce más de 2 kilogramos diarios de basura, le sigue la Ciudad de México y Baja California Sur con 1.7 kilos. Del otro lado, los estados menos contaminantes (son también los más pobres) Oaxaca, Chiapas y Guerrero con poco más de medio kilo, es decir, 4 veces menos que los más contaminantes. Nuestro estado está en cuarto lugar y produce cantidades de basura similares a Guerrero.
Elaboración propia con datos de INEGI, 2019
Es claro que hemos equivocado la noción de desarrollo al considerar que está vinculada a un mayor nivel de consumo. Tenemos poco tiempo para cambiar estas ideas o terminaremos en la extinción. Reflexionemos y actuemos.
*Profesor-Investigador Facultad de Negocios, Universidad La Salle México
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores
Twitter: @BandalaCarlos