El virus que llegó para quedarse

El virus que llegó para quedarse

Un domingo en un mercado de Wuhan, una mujer de 55 años comenzó a sentirse mal: tenía dificultades para respirar, una tos imparable y su cuerpo ardía en fiebre. Era el 17 de noviembre del año pasado y la mujer el paciente cero del virus que ha colapsado la economía mundial, el SARS-CoV-2.

 

A más de siete meses del principio del caos, la enfermedad ha tenido una evolución que ha permitido a la comunidad médica establecer hipótesis, desarrollar certezas y valorar la virología de este padecimiento.

 

Miembros de la comunidad médica han afirmado a medios chinos, que fue hasta finales de diciembre que en sus hospitales se supo que se enfrentaban a una nueva enfermedad. Y solo hasta enero de 2020 se informó oficialmente del brote del virus en la ciudad de Wuhan.

 

Hoy, para encontrar tratamiento y cura, científicos trabajan contra el reloj e intentan mapear el patrón de transmisión temprana del COVID-19.

 

Los investigadores intentan comprender cómo se propagó la enfermedad y cómo los casos no detectados y no documentados contribuyeron a su transmisión. Todo esto dará las herramientas necesarias para controlar el virus.

 

Porque la COVID-19 llegó para quedarse. Según los artículos de revistas y medios especializados en el mundo, esta enfermedad formará parte de todos los tipos estacionales de virus que se manifiestan actualmente.

 

Sin embargo, aunque en un principio se intentó tratar como a la influenza, el comportamiento sintomatológico ha derivado en que no necesariamente este tipo de estrategia en el tratamiento es correcto.

 

Por ejemplo, un importante número de casos de contagio que culminan en fallecimientos, comienzan con un paciente que se siente bien aunque puede comenzar con una insuficiencia respiratoria de golpe.

 

No solo los asintomáticos son peligrosos por ser transmisores, algunos pacientes que tienen el virus no manifiestan la gravedad de los síntomas y de pronto pueden caer en hospitalización.

 

Médicos también coinciden en que este virus no se detiene en las temporadas de calor, como originalmente fue sugerido. Por ello, la urgencia de la vacunación es la única vía para minar su mortalidad. De pronto, a través de medios mecánicos se tiene que evitar el contagio.

 

Originalmente, la Organización Mundial de la Salud cometió un error grave en sus recomendaciones. Informó que el cubrebocas no era necesario para prevenir contagios y, con base en ello, Hugo López Gatell, subsecretario de Salud del Gobierno Federal, recomendó no usar este implemento causado un contagio masivo.

 

Los recientes datos médicos, luego de siete meses de análisis de la enfermedad, indican que el SARS-CoV-2 se sostiene en el aire y que el cubrebocas funciona para proteger a los demás. Entrar en un aire enrarecido puede causar infección. “Es lo mismo respirar 100 virus/minuto/10 minutos, que 10 virus/minuto/100 minutos. El veneno está en la dosis”, dice Alejandro Macías, médico que atendió la crisis de influenza AH1N1 en México en 2009.

 

A más de siete meses de observación del virus, la comunidad científica comienza a tener más datos que permitirán combatirle y minarle, pues es un virus que dado su ADN “llegó para quedarse”. Una de las mejores observaciones que hizo Margarita del Val, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, sobre la necesidad de información científica es esta:

 

“Es un virus nuevo y la ciencia sabe muy poco de él. Y por tanto puede predecir muy poco. Pero hacemos bien los científicos en afanarnos e intentar entender todo lo posible. No tenemos ni un antiviral ni una vacuna, mientras que frente a la gripe tenemos vacunas, mejorables, pero tenemos.

 

“No sabemos si toda la ciencia logrará producir vacunas; es posible, pero hasta que no las tengamos, no sabemos. Tenemos vacunas frente a pocas enfermedades infecciosas, no olvidemos que hay infecciones que se resisten a pesar de esfuerzos científicos mundiales tremendos, como HIV o dengue, malaria o tuberculosis, y muchas más”.

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