El sol dorado de la mañana se filtraba todos los sábados en la casa que tenían mis padres en Tehuacán.
No somos originarios de ese municipio, pero por razones del trabajo de papá vivimos al sur de esa ciudad en 1994.
Desde la ventana podíamos ver las curvas de la imponente Sierra Negra que nos dejaba imaginar que mucho más allá de esos cerros estaba la Oaxaca de Don Porfirio.
Las cuerdas de la guitarra de mi padre sonaban temprano en aquellos días.
Aún ligeramente dormido, le oía cantar la Niña de Guatemala, Por ti o La Mariana.
Pero mi favorita era La Casita.
¿Un pequeño niño de primaria pidiéndole a su padre que le cantara una canción política?
Sí, así era y vaya que lo disfrutaba. Me daba orgullo entender sus párrafos.
Fueron años felices en familia, pero convulsos para México.
Recuerdo el asesinato de Luis Donaldo Colosio, pues lo vimos en vivo y mi mamá soltó un "Dios Santo" de verdadera compasión por el candidato; el error de Diciembre que tuvo a mi papá desvelado toda la noche, estaba preocupado, y el levantamiento de Los Zapatistas en Chiapas. Inició la guerra en México, pensé.
Tenía pesadillas con ellos. Imaginaba que los embozados descendían por miles de las laderas de aquellos cerros que contemplaba desde la ventana de mi casa tehuacanera.
Mi padre siempre hablando de política y de historia mientras afinaba su guitarra.
Y volvía a cantar las de Óscar Chávez.
Yo aprendí a tocar con él y mi segunda canción en memorizar fue justamente La Casita, una pieza muy irreverente con el poder presidencial de aquel entonces.
Por eso cuando leí que Óscar Chávez fue internado, y que después falleció, no pude dejar de pensar en aquellos lejanos y felices años.
El cantante marcó con su música de protesta a varias generaciones, pero eso es un lugar común.
En mi caso personal, la música de Chávez representa lo mejor de mi infancia y juventud.
Con su música me acerqué a mi padre tan admirado por culto. Con su voz me convertí -creo que ya no lo soy tanto- en alguien revolucionario e idealista.
Así que buen viaje Óscar Chávez. Gracias por acompañarnos a mi padre y a mí en esas mañanas cálidas, mientras tus éxitos llenaban de notas nuestra casita, no tan grande como la que tengo por allá en el Pedregal.