En el siglo XIV, la peste negra invadió Europa, las medidas más populares para controlarla fueron expulsar a los infectados a las afueras de las ciudades, donde se recuperaban o morían. En Ragusa, actual territorio de Croacia, tomaron una medida diferente, toda la población debería mantenerse confinada durante 30 días. Los resultados fueron satisfactorios para disminuir la transmisión y decretaron 10 días más; tiempo después se demostró que la evolución de la peste era de 37 días aproximadamente, por lo que las medidas parecían haber sido correctas.
Cuando sucedió el brote de la COVID-19 en la ciudad de Wuhan, el gobierno chino decretó confinar la ciudad para evitar que se propagara por todo el territorio del país más poblado del mundo. Los resultados fueron exitosos después de casi dos meses. Cuando el virus llegó a otros países, cada uno tomó diferentes medidas. Algunos optaron por confinamientos generalizados y muy estrictos, otros decidieron confinamiento sólo de algunas ciudades y otros más tuvieron medidas laxas, incluso sin suspender actividades como Suiza o los Países Bajos. Los resultados han sido diferentes, es decir, no todos los países confinados han sido exitosos del todo y no todos los países sin restricción han tenido escenarios catastróficos.
Hemos explicado en esta columna que el fin del confinamiento no es erradicar el virus, sino evitar que la curva de contagios crezca rápidamente y se saturen los servicios hospitalarios. Los países que no tomaron medidas de confinamiento han confiado en una teoría de “inmunidad de rebaño”, prefieren que gran parte de la población contraiga el virus (considerando que la gran mayoría serán asintomáticos y se recuperarán sin hospitalización). En México esta medida hubiera sido riesgosa por la alta morbilidad de enfermedades como obesidad y diabetes.
Lo anterior quiere decir que el tratamiento para contener una pandemia no tiene una solución única ni un sólo resultado, depende de muchos otros factores. Tampoco los momentos de acción son los mismos entre países; por ello no se puede exigir que un gobierno actúe igual que otro.
Desde el principio hubo una presión social, proveniente de las clases altas por exigir al gobierno un confinamiento estricto, copiando los modelos europeos. También dijimos en esta columna que eso era imposible debido a la estructura económica de nuestro país donde 6 de cada 10 mexicanos se encuentran en la informalidad y un 80% vive al día y carece de ahorros para sustentarse sin ingresos.
Las consecuencias han sido bastante graves para la economía, pero ¿qué tanto ha ayudado para contener la pandemia? Para responder propusimos un estudio econométrico que correlacionó los efectos de la cuarentena con la reducción del COVID-19. Tomamos los datos proporcionados por Google sobre la reducción de movilidad de la población y la propagación de la enfermedad con datos de la Secretaría de Salud.
Los resultados demuestran que no hay significancia entre las variables; sin embargo, cuando se toma sólo la reducción de movilidad en los centros de trabajo se encuentra una relación negativa con la tasa de contagios y la tasa de mortalidad, es decir: cuando se reduce la movilidad en los centros de trabajo, la tasa de mortalidad disminuye (Gráfica 1), por lo que podemos decir que las medidas tienen efectos positivos.
También notamos un comportamiento diferenciado. Los estados con menores tasas de contagio tienen un mayor efecto positivo de la cuarentena; por el contrario, estados con mayores tasas de contagio y por tanto de mortalidad, la cuarentena no tiene ningún efecto para contener la infección. La trayectoria de la cuarentena parece seguir la forma de una U invertida, los estados que empiezan a reducir la movilidad de las personas tienen tasas crecientes de contagio hasta un cierto punto en el que las tasas empiezan a bajar, lo que querría decir que la cuarentena es sólo efectiva cuando se reduce la movilidad en más de un 60% (gráfico 2).
Es importante también resaltar que la movilidad a centros de trabajo es más significativa que cualquiera otra. El estudio también demuestra que los estados con mayor informalidad redujeron en menor medida la movilidad y por tanto, a mayor informalidad mayores tasas de mortalidad. Las entidades con mayor proporción de empleo precario también tenían mayores tasas de contagio. Por lo que podemos afirmar que existen condiciones estructurales derivadas del mercado de trabajo que favorecen la propagación del virus. Para profundizar en este estudio le invitamos a consultar los informes del Observatorio Internacional de Salarios Dignos de la Universidad La Salle.
De lo anterior, desprendemos que lo mejor ahora es seguir las recomendaciones de las autoridades sanitarias. No tomar a juego la cuarentena y los que podemos quedarnos en casa, hacerlo; también apoyar y solidarizarnos con aquellos que, por las condiciones precarias de empleo, no pueden hacerlo.
*Profesor-Investigador Facultad de Negocios, Universidad La Salle México
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores
Twitter: @BandalaCarlos