Hay una escena en La Lista de Schindler en la que el empresario alemán, al bailar con su esposa, le cuenta con terrible malicia su receta de crecimiento: aprovecharse de la guerra.
Andrés Manuel López Obrador actúa con la misma malicia -esperemos que como Schindler tenga una conversión- aprovechándose de la Guerra contra el Coronavirus.
El presidente es fanático del beisbol. Incluso hasta hace algunos años, antes de la campaña presidencial, siguió jugando.
Hoy como presidente cumple sus caprichos, como todo hombre de poder.
Si ya es frivolidad pura cumplir estos caprichos, es malicia e indolencia hacerlo en medio de una crisis y aprovechándose de esta.
El estadio Héctor Espino, en Hermosillo, Sonora, fue vendido oficialmente por el Gobierno del Estado a la Federación.
Aunque la transacción ya tenía tiempo en gestiones, se aceleró para justificar la atención a pacientes de COVID-19.
Dicho de otra manera, con el pretexto de la pandemia, López Obrador aceleró la gestión y el gobierno pagó 511’690,000 pesos para que el estadio -y el beisbol que ahí se juega- pertenezca a la Federación.
Igual que en el caso de los programas asistenciales, López Obrador utilizó la contingencia para lograr un fin personal.
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No es el único ni el último hombre de poder que aprovecha su cargo para cumplir sus frivolidades.
Tampoco es que eso sea correcto o permisivo.
El problema es que el juró que era diferente.
Y engañó a millones.
López Obrador es un político como otros, como muchos de la década de los setenta.
Tal vez más soberbio, tal vez más intolerante, incluso más resentido.
Pero es un político más, un expriista, que hoy aprovecha la Guerra contra el Coronavirus para cumplir sus caprichos.
Es lo que hay.