Hace una semana el presidente Andrés Manuel agradeció al Ejército, en un Zócalo vestido de verde por una ceremonia sin precedente: “Doy gracias a los soldados y marinos por no escuchar el canto de las sirenas y dar la espalda a la traición y al golpismo”, y sus críticos que se dedican al comentario y el análisis políticos todavía están muy nerviosos por aludir sin ninguna necesidad a un fenómeno que de existir estaría obligado a informar, lo cual a mi juicio no es exacto; suponen además que referirlo es una suerte de invocación.
Parte del núcleo de la milicia aquí y en cualesquiera países es la lealtad y en la ceremonia por el 107 aniversario de la fundación del Ejército, misma que por primera vez se realiza en el llamado corazón político de la nación, nada tiene de extraño que el comandante supremo trate el controversial tema. Máxime que apenas el 22 de octubre de 2019, Carlos Gaytán Ochoa, el divisionario en retiro y subsecretario de la Defensa Nacional nada menos que con Felipe Calderón, hizo pronunciamientos políticos –como los que resumo en el siguiente párrafo– ante cientos de sus compañeros, en presencia del secretario de la Defensa, durante un desayuno efectuado en instalaciones de la Sedena, individuo que fue ovacionado de pie por los asistentes.
El mílite conservador en serio dijo que “en México la sociedad está polarizada políticamente porque la ideología dominante, que no mayoritaria, se basa en corrientes pretendidamente (sic) de izquierda que acumularon durante años gran resentimiento”; “los frágiles contrapesos existentes han permitido un fortalecimiento del Ejecutivo que propicia decisiones estratégicas que no han convencido a todos, para decirlo con suavidad”; “Ello nos inquieta, nos ofende eventualmente, pero sobre todo nos preocupa, toda vez que cada uno de los aquí presentes fuimos formados con valores axiológicos sólidos que chocan con la forma con que hoy se conduce al país.”
Más que justificado está, pues, el agradecimiento presidencial no sólo por lo anterior que sucedió hace cuatro meses, sino que además es preciso ponderar el juicio de los especialistas –que no puedo ni debo citar por su nombre–, y que sostienen que López Obrador no cuenta con la simpatía de los componentes del Ejército, pero la lealtad y la disciplina operan como reloj suizo en la institución, aunque a base –aducen– de muy buenos sueldos, prestaciones, prerrogativas, concesiones y de no tocar la corrupción castrense.
Vaya usted a saber, sí consigno la indignación de mi fuente porque está en vías de perder el seguro de gastos médicos mayores por la muy criticada austeridad republicana por parte de los afectados, como es normal y comprensible.
AMLO insistió para mayor nerviosismo de analistas como María Amparo Casar, Leonardo Curzio y José Antonio Crespo –irritados debido a que se ponen el saco de “conservadores”, cuando arguyen que eso “corresponde al pasado”–, en que: “Doy gracias por estar a favor de la Cuarta Transformación, que significa en esencia lograr entre todos los mexicanos desde abajo una sociedad mejor, un México mejor, más justo, más libre, más democrático y más fraterno”.
Lo que sí está sumamente documentado en la experiencia de América Latina desde el presidente de Guatemala Jacobo Árbenz, depuesto el 27 de junio de 1954 con un golpe de Estado dirigido por Estados Unidos, hasta Evo Morales en Bolivia, es que no existe transformación posible sin el apoyo, la simpatía o por lo menos la neutralidad de las fuerzas armadas.