El Senado de EEUU ofrece un espectáculo bochornoso

El Senado de EEUU ofrece un espectáculo bochornoso

El Senado de Estados Unidos, dominado por el sector conservador, ha ofrecido un espectáculo bochornoso al mostrar en público y sin vergüenza alguna el control casi absoluto que ejercen sobre él la Casa Blanca y sus intereses partidistas.

 

La sumisión al mandato de Donald Trump de los senadores republicanos fue prácticamente total. Sólo uno de los 53 representantes de esa formación política se atrevió a desafiar las consignas implícitas y votó a favor de la destitución del presidente estadounidense, acusado por la Cámara Baja de abuso de poder y obstrucción a la Justicia. El osado fue Mitt Romney, representante por Utah, quien hizo historia pues se convirtió en el primer senador que vota a favor de la culpabilidad de un presidente de su propio partido. Fue el único que obró en conciencia. ¿Dónde estaba la dignidad del resto de sus compañeros de partido?

 

El "impeachment" no prosperó, de hecho fracasó por completo. Y el jefe del Estado quedó así exonerado, absuelto, no culpable. Su victoria política y simbólica resulta inapelable. El esperado efecto bumerán se ha consumado y, por consiguiente, los índices de popularidad colocan a Trump con en un 49 por ciento de aprobación, una cifra muy cómoda e impresionante dadas las circunstancias.

 

Lo terrible es que el veredicto del Senado no sólo coloca a Trump virtualmente cuatro años más en la Presidencia sino que también le sitúa por encima del control del Congreso; a partir de ahora no habrá nada que le frene para poder saltarse la ley. Nos espera una época tormentosa.

 

EL JUICIO

 

La votación no se produjo el sábado 1 de febrero por la noche por pura hipocresía, aunque los más trumpistas querían que así fuera. Los senadores más moderados forzaron la prórroga hasta el miércoles 5 para que la absolución se produjera de día y no a espaldas de los ciudadanos. Las motivaciones de estos senadores son electoralistas pues se juegan sus escaños el próximo mes de noviembre y sus distritos se encuentran en zona demócrata. Ese es el caso de la senadora por Maine, Susan Collins, quien votó a favor de Bill Clinton durante el proceso de "impeachment" de 1999. El Senado norteamericano no tiene límite de mandatos y Collins forma parte de él desde 1997.

 

El argumento al que se agarraron los senadores-jueces republicanos se basó en que las acciones de Trump fueron malas y reprochables, pero no tanto como para destituirle por ellas. Dentro de esa lógica, la llamada al líder ucraniano fue un acto impropio pero no se merecía tan severo castigo. Eso chocaría, sin embargo, con la defensa del propio presidente quien juró que no hizo nada malo.

 

"Pienso que no debería haberlo hecho. Pienso que fue incorrecto. Inapropiado, es la forma que diría. Impropio, cruzar la línea. Pero la pregunta que queda es: ¿quién decide lo que hay que hacer? El pueblo. El pueblo, esa es mi conclusión". Así se expresaba el senador por Tennessee, Lamar Alexander, quien reconoció las acusaciones contra Trump, pero no se atrevió a ratificarlas, ni tampoco a llamar a testigos ni a examinar más pruebas. La principal razón es la cercanía de los comicios presidenciales, convocados para el martes 3 de noviembre.

 

Las palabras de Alexander fueron suscritas por otros senadores republicanos como del Nebraska, Ben Sasse, o el de Ohio, Rob Portman. La senadora por Iowa, Joni Ernst, también apuntó que, independientemente de que le gustara o no, no veía el comportamiento de Trump suficiente para apartarle del poder.

 

Otros políticos destacados, como el senador hispano Marco Rubio, delegado por el estado de Florida, alegaron que el "impeachment" no beneficiaba al interés del país porque produciría división y rencor, "amenazando al país durante décadas". ¿Acaso EEUU no está ya lo suficientemente dividido y resentido? ¿Qué hace falta para que sentencien a un presidente norteamericano? ¿Encontrarle en el bolsillo una pistola humeante? ¿O las manos llenas de sangre?

 

CAMINO LIBRE

 

Trump lo tiene fácil. Más que antes. Sólo queda por despejar la duda de quién se enfrentará a él en los dos o tres decisivos debates televisivos. Sólo perdería si se equivocara por completo, como le pasó a Richard Nixon frente a John Kennedy en los comicios de 1960. Pero eso se antoja algo altamente improbable pues el actual inquilino de la Casa Blanca es un animal mediático y un manipulador consumado.

 

Quería haber llegado ya triunfador al discurso sobre el estado de la Unión. Es lo único en lo que no ganó a sus adversarios. Su alocución, que se prolongó 78 minutos, giró sobre el "gran regreso estadounidense" y estuvo trufada de esa exageración casi hollywoodiense a la que ya nos tiene acostumbrados.

 

Usó la tribuna para destacar su papel en la bonanza económica, el aumento del gasto militar, la negación del cambio climático y la criminalización de los inmigrantes. El estado de la economía es su gran baza electoral pues el paro alcanza el 3,5 por ciento, siendo el más bajo en medio siglo. Pero no es cierto, como dijo, que la economía esté "mejor que nunca". El crecimiento económico se está desacelerando y en el último trimestre llegó al 2,1 por ciento, es decir, la mitad de lo que él prometió.

 

Es significativo que hubiera una respuesta en español del Partido Demócrata a la verborrea presidencial. La elegida para hacerlo fue la congresista por Texas, Verónica Escobar, quien se negó a unirse a Trump cuando éste visitó El Paso –la circunscripción de Escobar– en agosto pasado tras haberse producido allí un tiroteo a manos de un hombre que temía "la invasión hispana". "Honestamente, la mayor amenaza para nuestra seguridad es un presidente y un Senado controlado por los republicanos que actúan solo en su propio interés", enfatizó Escobar.

 

La tensión bipartidista es más que obvia. Es explosiva. El choque se apreció precisamente en dos momentos muy visibles de la ceremonia del discurso, llena de aplausos y alguna lágrima. La primera señal llegó cuando Trump subió a la tribuna de oradores y se negó a estrechar la mano que le había tendido Nancy Pelosi, la líder demócrata de la Cámara de Representantes y promotora del "impeachment". La segunda, tanto más vistosa que la anterior, se produjo cuando Pelosi rompió, a la vista de todos, la copia del discurso de Trump...