Ya es un lugar común referir la polarización como uno de los datos sobresalientes del México del presidente Andrés Manuel y el proyecto enunciado como la Cuarta Transformación.
La opinocracia ni siquiera se toma la molestia de adjetivar a la polarización, necesidad inexcusable pues existen diversos tipos como lo establece cualquier diccionario: electroquímica, electromagnética, eléctrica, social, política, del vacío, elíptica… Y es el “proceso por el cual en un conjunto se establecen características que determinan la aparición en él de dos o más zonas, los polos, que se consideran opuestos respecto a una cierta propiedad, quedando el conjunto en un estado llamado estado polarizado”.
Sin duda que los opinadores, a los que López Obrador les genera urticaria, se refieren a la polarización política y ésta es “el proceso por el cual la opinión pública se divide en dos extremos opuestos”.
Otro lugar común derivado del anterior es que los analistas por más esfuerzos que hacen para “equilibrar” sus opiniones tienden a observar al país dividido en dos, algunos no titubean en llamarlos bandos y se colocan en apariencia fuera de ellos.
En todo caso es un sector abrumadoramente mayoritario que supera el 70% de los ciudadanos el que un año después apoya al inquilino de Palacio Nacional, y el resto no lo respalda, no tiene una opinión o se negó a contestar los cuestionarios de las encuestadoras a las que con la austeridad republicana se les cerró la llave de los recursos públicos que recibieron en abundancia hasta noviembre de 2018. Todas anticiparon como triunfador indiscutible y con carro completo en el Congreso a Enrique Peña en 2012. Nada más falso y aún no dan una explicación los dueños de las empresas demoscópicas y los intelectuales orgánicos se lavaron las manos.
Como bien apuntó Ricardo Raphael en La Octava (88.1 de FM), en todo caso es una polarización entre un “polote” y un “polito”. Pero algunos juran “nosotros, los que pensamos…”
Otra parte de la cuestión es que persisten en responsabilizar a AMLO como el causante de la polarización política porque los llamaba fifís y ahora conservadores, son conceptos políticos del porfiriato el primero y el segundo de hace siglos. Y no faltan quienes, como José Antonio Crespo y Leonardo Curzio, solicitan en Primer Plano (Canal 11) que el presidente responda a sus planteamientos, más allá de las mañaneras que las perciben como propaganda, pero todos los días “dan la nota” e incluso Ciro Gómez conecta a su noticiario cuando la audiencia se le desploma. Quieren que Obrador responda a los juicios de ellos, pero no se presentan a las mañaneras probablemente porque las consideran por debajo de su nivel de estrellas, cada vez menos reconocidas.
Como estudiosos que son omiten, pese a que citan a Daniel Cosío Villegas, El estilo personal de gobernar y le niegan a AMLO el tener uno y practicarlo. Como si sólo sus antecesores tuvieran tal atributo y derecho.
Más aún, con el argumento de que es el presidente de todos los mexicanos, el árbitro se le llamaba antes, estiman que no debe ejercer el derecho de réplica frente a sus acérrimos críticos de la plutocracia mexicana y trasnacional travestida en sociedad civil. Y la mediocracia oligopólica que, con excepciones, le echan montón al presidente.
Incluso respaldan sus exigencias en teóricos de la comunicación y sus obras y manuales que, como en toda transformación social y política, lo normal es que la compleja y contradictoria realidad termine por superarlos.