Por decreto del presidente Andrés Manuel, publicado en el Diario Oficial de la Federación el viernes 22 y en vigor desde el sábado 23, la víspera del centenario de la fundación del Partido Comunista Mexicano, celebrado en el Teatro del Pueblo, los dirigentes comunistas Arnoldo Martínez Verdugo y Valentín Campa Salazar pasaron a ser “personas ilustres”, por sus: aportaciones destacadas en la sociedad como luchadores políticos y sociales, y se decreta su inhumación en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón Civil de Dolores, así como las honras póstumas correspondientes.
La resolución fue tomada en forma unánime por los integrantes del Consejo Consultivo de la Rotonda de las Personas Ilustres y sometida a la decisión del titular del Ejecutivo federal, “derivado del estudio y análisis de las propuestas emanadas de los ciudadanos e instituciones mexicanas”. El decreto cuenta además de la rúbrica presidencial con las de la secretaria de Gobernación, Defensa Nacional, Marina –firmas ambas sorprendentes para una decisión cívica y política–, Educación Pública, y Cultura.
Lo más importante, a mi juicio, es el artículo tercero que establece: Difúndase la vida y obra de Valentín Campa Salazar y Arnoldo Martínez Verdugo, destacando el referente cívico que ofrecen a las mexicanas y los mexicanos de hoy y del mañana, a través de acciones que deberán desplegar las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal, en el ámbito de sus respectivas competencias y bajo la coordinación de la Secretaría de Gobernación.
Allí está la para nada escasa obra editorial del último secretario general del PCM (1964-81) –aunque algunos de sus estudiosos no recordaron el nombre de ninguno de sus libros en programas de radio y televisión dedicados al también historiador y pintor–, y Mi testimonio –de Campa, en su primera edición– y más tarde Memorias de un comunista mexicano para que el gobierno de la Cuarta Transformación difunda sus luchas, ideas y estrategias para renovar a México.
Justo el lunes 25 se cumplen dos décadas de que Valen, como lo llamaba su compañera Esperanza García, se nos adelantó. Y Arnoldo falleció el 24 de mayo de 2013, pero corrió con mejor suerte el director de la revista Oposición y articulista de El Universal que el líder ferrocarrilero –“uno de los representantes más destacados en la historia de las luchas obreras y sociales del siglo XX en México”, dice el decreto– para que México y sus gobernantes le empezaran a “hacer justicia”; pero Campa Salazar siempre estuvo en la memoria discursiva del presidente López Obrador, un apasionado de la historia, mientras que a Martínez Verdugo cuando no lo confundió con Alejandro Gascón Mercado en el Estadio Azteca, de plano lo omite en su conversación pública.
Por ello, no es gratuita la idea de cierta desmemoria de las izquierdas sobre Arnoldo, así como que la ingratitud de aquellas lo desvanece, sobre todo si se contrasta con la afirmación hecha en el decreto presidencial respecto al papel que desempeñó en la reforma política de 1978 “que permitió que los grupos y partidos políticos referidos participaran en registros y en elecciones democráticas, circunstancia que ha permitido que hasta el día de hoy México sea un país con pluralidad de partidos políticos con distintas ideologías y posiciones”.
Apunta bien la con frecuencia desatinada Rayuela de La Jornada: Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo pasaron de las catacumbas y la persecución política a la Rotonda de las Personas Ilustres. Hay batallas que se ganan después de la muerte.