Diálogo nacional para lograr la paz sobre la base de una agenda abierta e incluso volver a Bolivia si eso ayuda al proceso para superar la aguda crisis política que padece el país, son las fórmulas presentadas por el aún presidente Evo Morales, 72 horas después de ser obligado a renunciar por una “sugerencia” de los golpistas Williams Kaliman y Vladimir Yuri, jefe militar y policiaco respectivamente, que hasta hace poco tiempo despachaban en Washington.
Y con el papel estelar desempeñado por Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos, quien aplica en forma tan puntual pero sumamente descuidada y, por ello, grotesca, los lineamientos del Departamento de Estado, de Mike Pompeo, para América Latina y el Caribe.
Todavía presidente Juan Evo más allá de la retórica, de las filias y fobias ideológicas que obnubilan a colegas, porque el aymara presentó su renuncia, incluso a sugerencia, esa sí auténtica, de su aliada y legendaria Central Obrera Boliviana “para evitar un baño de sangre”, debido a que la Cámara de Senadores no acepta aún la renuncia, porque no le permiten sesionar con la bancada mayoritaria integrada por el Movimiento al Socialismo, e incluso soldados y policías impidieron el miércoles 13 que la presidente del Senado, Adriana Salvatierra ingresará a él.
Mientras que una suerte de Juan Guaidó, pero boliviana, la senadora Jeanine Áñez sin el más mínimo quorum y alterando brutalmente la línea de sucesión entró el martes 12 al Palacio de Gobierno con una Biblia tamaño familiar para que militares le pusieran la banda presidencial, en medio de declaraciones decimonónicas, racistas y antimexicanas, aludiendo a que un “socialista” gobierna México, lo que Ciro Gómez festejó: Aquí les llaman fascistas a los que gobiernan Bolivia, y allá llaman socialistas a los de aquí. Con una diferencia, allá lo dice una supuesta “presidenta” sumamente primitiva y aquí el presidente de los mexicanos no se ocupa de ella.
Como apunta el senador colombiano Gustavo Petro: “La policía boliviana impide por la fuerza que los parlamentarios electos por el pueblo de Bolivia entren a votar sobre la renuncia de Evo Morales. Mientras la renuncia no se vote no tiene fuerza jurídica y el presidente legítimo de Bolivia es Evo”. Además de que la Constitución permite al mandatario salir del país hasta por 10 días sin autorización legislativa.
Y tal indefinición no puede perdurar a riesgo de que la confrontación social y política entre los partidarios de Morales Ayma y el MAS, por un lado, y de los jefes golpistas –militares, policiacos y políticos–, por el otro, adquiera mayores y peligrosos niveles, cobre más vidas humanas, heridos, prisioneros y exiliados. En tal caso las matanzas de ecuatorianos a cargo de los soldados y policías de Lenín Moreno –un político “enfermo de poder”, según me lo describió uno de sus asesores–, y el plutócrata chileno Sebastián Piñera, serán un juego de niños porque Bolivia es ingobernable sin su fuerza política todavía principal y el vasto movimiento indígena, sindical y popular que influye.
Por eso, más allá de la borrachera triunfalista de Carlos Mesa, Luis Fernando Camacho y Luis Almagro, de la oligarquía boliviana, aún es tiempo de tomarle la palabra a Evo Morales con sus propuestas dialoguistas y evitar un baño de sangre y, en el mejor de los casos, un largo periodo de inestabilidad política y social, hasta que los militares se sientan “obligados” a tomar las riendas del país, como es la larga y penosa tradición.