Primero le comparto el pronunciamiento del presidente Andrés Manuel, hecho a través de sus redes sociales el Día de los Muertos adultos, sobre el tema en boga en buena parte de la opinión pública y publicada, las presuntas o reales amenazas golpistas de algunos elementos que forman o formaron parte de la cúpula de la sociedad vestida de verde, sobre todo a partir del sobredimensionado jueves negro de Culiacán, Sinaloa, en buena medida porque fue la mejor oportunidad que se presentó a los adversarios de la cuarta transformación para abrir cauces a posturas oposicionistas empresariales y partidistas que a lo largo de 11 meses no logran descollar.
Postuló López Obrador lo siguiente:
“¡Qué equivocados están los conservadores y sus halcones! Pudieron cometer la felonía de derrocar y asesinar a Madero porque este hombre bueno, Apóstol de la Democracia, no supo, o las circunstancias no se lo permitieron, apoyarse en una base social que lo protegiera y lo respaldara.
“Ahora es distinto. Aunque son otras realidades y no debe caerse en la simplicidad de las comparaciones, la transformación que encabezo cuenta con el respaldo de una mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y de la paz, que no permitiría otro golpe de Estado en nuestro país.
“Aquí no hay la más mínima oportunidad para los Huertas, los Francos, los Hitler o los Pinochet. El México de hoy no es tierra fértil para el genocidio ni para canallas que lo imploren.
“Por cierto, les recomiendo leer la fábula de Esopo Las ranas pidiendo rey”.
Coincido básicamente con el comandante supremo de las fuerzas armadas, pero no tanto como para sostener que “Aquí no hay la más mínima oportunidad para los Huertas, los Francos, los Hitler o los Pinochet”. Él, Obrador, tiene infinitamente más información que este redactor que conversa con usted tres veces a la semana.
El discurso pronunciado por el divisionario Carlos Gaytán Ochoa el 12 de octubre en instalaciones de la Secretaría de la Defensa Nacional y en presencia del general secretario y de 500 altos mandos en retiro o en ejercicio como asesores, fue aplaudido por los asistentes puestos de pie, tras asegurar que “la sociedad está polarizada políticamente porque la ideología dominante, que no mayoritaria, se basa en corrientes pretendidamente (sic) de izquierda”. Juró el prominente mílite de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón, que “los frágiles contrapesos existentes han permitido un fortalecimiento del Ejecutivo que propicia decisiones estratégicas que no han convencido a todos, para decirlo con suavidad”. Más aún: “Ello nos inquieta, nos ofende eventualmente, pero sobre todo nos preocupa…” Y todo valiéndole un cacahuate la Constitución que establece límites a la participación de los militares en política.
El viernes 1 me tomé la libertad de registrar sin ánimo de ofender a nadie, la creciente práctica de la conspiranoia a partir de que cobró carta de naturalidad la tesis del golpe de Estado blando o suave, encubierto o no tradicional, que “consiste en el conjunto de técnicas conspirativas no frontales y sobre todo no violentas, con el fin de desestabilizar un gobierno y causar su caída, sin que parezca que fue consecuencia de la acción de otro poder.”
Entre la conspiranoia y la inexistencia de “la mínima oportunidad golpista”, es probable que existan términos menos excluyentes que nos ubiquen mejor en la coyuntura que encierra tantos signos ominosos del conservadurismo plutocrático, sus aliados y ramificaciones políticas.