No hace falta soñar para descubrir y disfrutar paisajes en el inframundo, imágenes que podría ser la delicia de un pintor surrealista, retratos que evocan una secuencia muy famosa de la película “Macario” (1960) –ahora que estamos en temporada de Día de Muertos- de Roberto Gavaldón, cuando el alma de protagonista está haciendo su viaje al otro mundo.
No solo los paisajes subterráneos son dignos de sorpresa, el lugar donde se localizan también nos puede sorprender.
Caminado por el centro de la ciudad de Valladolid, Yucatán, impulsados por el calor entramos a una tienda de esas donde hay prácticamente de todo, con el único propósito de comprar un par de cervezas y mitigar el delicioso calor húmedo de la región. Caminamos un poco más sobre la Calle 37 –paralela a la avenida principal- y, de repente, una pequeña palapa con el letrero Cenote Zací.
En verdad un lugar escondido, pero al acercarse, un par de árboles ocultan el acceso al inframundo, como guardianes de camino a las profundidades. Estoicos, nos dejan una pequeña vereda para ingresar, aunque un par de metros adelante ya comienza la escalera y, sin pensarlo, comenzamos a descender.
Aproximadamente a 3 horas de la capital yucateca, Mérida, el cenote Zací es un respiro a la urbanidad del centro de Valladolid. Este alucinante pero hermoso lugar, está en el ‘sótano’ de la ciudad, con una vista fantástica e imponente desde que se pone un pie dentro de la magnánima bóveda de piedra
Levantar la mirada lentamente permite a nuestro cerebro registrar una imponente estructura, decorada con grandes estalactitas, que dejan al descubierto el centro del cenote. El rebote del sol en sus aguas verdes invita a sumergirse, a refrescarse, aunque para ello se debe descender unos cuantos metros por escaleras de piedra que usualmente están un poco mojadas, así que hay que bajar con cautela, observando siempre dónde ponemos los pies para evitar una caída.
Desde las alturas, percibimos animales que habitan el cenote, se trata de una especie de peces negros sin ojos llamados lub, que se mueven a placer por toda la circunferencia del estanque, sin temor a los visitantes, acostumbrados a su presencia.
El depósito de agua tiene un diámetro de unos 28 metros y para poder admirarlo a detalle se debe descender en la tierra entre 40 y 50 metros hasta llegar a tocar el fresco líquido vital. De un salto me sumerjo en la fresca y verdosa agüita. La experiencia es espectacular. Luego de un rato de caminata en la humedad, el chapuzón es un placer de los dioses (mayas, por supuesto).
Un buen rato en el agua provoca hambrita y en tierras yucatecas, con la gran variedad culinaria, hay que salir comer. Precisamente, como premio por el ascenso de 40 metros, podrá encontrar restaurantes, artesanías y si desea recorrer la ciudad logrará observar vestigios arquitectónicos de la llegada de los españoles a la región; nosotros decidimos buscar un restaurante en el centro.
A tres calles del cenote Zací, encontramos “Nena Nena Antojería de Familia”, un lugar poco glamuroso, pero que nos llamó a entrar y pedir algo llamado Torito 3 carnes, que fue una verdadera explosión de sabores en mi boca, digno de recomendar.
Un lugar bello e interesante que no debe dejar de visitar cuando viaje a la Península de Yucatán. Y recuerde, viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com