Cuatro fueron los pasos que en la segunda mitad del siglo anterior dimos los mexicanos para avanzar a la categoría de sociedad y dejar de ser “pueblo”, cual aparecíamos despectivamente en la vieja oratoria de los “grillos” y gobernantes priístas.
El primero de esos pasos, sin duda, fue el de la conciencia política. Y arrancó a partir del 2 de octubre de 1968, cuando la fuerza represora del aparato estatal fue brutalmente lanzada en contra de los jóvenes que entonces comenzaban a vivir en carne propia –a partir de un pleito estudiantil sofocado a golpes, en las vecindades de una escuela privada y otra oficial cercanas a La Ciudadela capitalina– del agotamiento del modelo del desarrollo estabilizador y, por ende, del inicio del ensanchamiento de la brecha que separa a los pobres de los ricos.
Se vivía entonces el encarcelamiento de líderes sociales, la represión de la que habían sido víctimas los médicos y, antes, los ferrocarrileros. Los de Valentín Campa, Demetrio Vallejo, y hasta el de Siqueiros eran nombres proscritos. Los delitos de disolución social e incitación a la rebelión de aplicaban en contra de cualquiera que se atreviera a disentir, a hablar, a escribir, incluso a pintar.
1976, conciencia de la fragilidad económica. 1985, conciencia social
Ocho años después se dio el segundo de esos pasos, el de la conciencia de la fragilidad económica del país, al devaluar Luis Echeverría, en 1976, al peso en su relación frente al dólar que, hasta ese momento, y tras 22 años, se mantenía en 12 pesos con 50 centavos por cada billete verde con la efigie de George Washington en el anverso. Paridad que hasta en los libros de texto de la época se consignaba.
Nueve años después, en 1985, dimos el tercer paso cuando despertó la conciencia social al llenar los mexicanos el vacío que el medroso gobierno de Miguel de la Madrid provocó al ausentarse de los trabajos de rescate y apoyo a las víctimas de los terremotos del 19 y 20 de septiembre.
En el 2000: el poder social suficiente para sacar al PRI de Los Pinos
Finalmente, hasta el año 2000, último del siglo XX, los mexicanos nos percatamos de que ya como sociedad teníamos el poder de contravenir al oficialismo y, en las urnas, la mayoría dio un revés a 70 años de un régimen que sólo cambiaba caretas, pero que sustancialmente era el mismo que reprimía, como en 1968; que empobrecía a los mexicanos, como en la sucesivas devaluaciones –y lo que las provocaba–, a partir de 1976; que evadía sus responsabilidades para con los gobernados, como en 1985 y en muchas otras ocasiones más.
Por eso, entre otras cosas, el 2 de octubre de 1968 no se olvida, ni se debe olvidar.
’68, marco de problemas de derechos y de legalidad que urgía resolver
Y es que el movimiento estudiantil del ’68 que culminó el 2 de octubre con los sucesos de Tlatelolco, fue para unos el paredón donde se ametrallaron los sueños de libertad y para otros la atalaya donde se salvaguardó la seguridad de la nación.
Pero el gran problema que se expresó en 1968 fue el de la libertad, ya que esta no existía.
No es una coincidencia azarosa, más bien es una resultante histórica. No fueron ni el movimiento obrero ni el movimiento campesino los que lograron plantear el problema de la libertad; fue la clase media, la gente de mayor escolaridad, los universitarios, los intelectuales.
El ‘68 fue un incidente policiaco retomado, elaborado y convertido por intelectuales en un problema de libertad, en un problema de derechos, en un problema de legalidad que urgía resolver.
Se produjo una protesta que fue mucho más allá de lo que el gobierno esperaba y ante el cual se atemorizó, que desbordó toda expectativa y se convirtió en una rebelión de gran alcance, sobre todo por la torpeza de la autoridad de ocupar militarmente la Escuela Nacional Preparatoria y, más adelante, todas las instalaciones de educación pública superior.
EU se percató de la incapacidad de GDO para mantener la estabilidad
Pero aquél 2 de octubre fue, también, la fecha en la que el gobierno estadounidense finalmente se percató de la incapacidad del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz para mantener la estabilidad del país que, además, ponía en riesgo la seguridad de los participantes y visitantes a los XIX Juegos Olímpicos que se inaugurarían diez días más tarde.
Año tras año, pues, nos acordamos de esa fecha que, pese a todo, no se olvida.
La diferencia en este 2019 es que hubo ya un indiciado por estos crímenes que mancharon con sangre a la historia del país: Luis Echeverría Álvarez, el único de los culpables de la matanza que, en su residencia de San Jerónimo, sobrevive con más penas que glorias.
No olvidemos eso para que no se nos olvide que no se olvida.
Por eso el 2 de octubre, reitero, no se debe olvidar.
¿No cree usted?