El búho de Minerva, imagen ancestral de la ley, vuela al caer la noche tratando de reflejar la acción del derecho sobre la sociedad, regulando las conductas que ya han sido establecidas por la costumbre, los usos, las modalidades. Su figura, desde que así lo apuntó Hegel en una brillante alegoría, refleja el cobijo de la ley sobre lo aceptado por las sociedades formales.
De ahí que Kant estableciera el concepto Estado de Derecho como aquél donde los ciudadanos pueden hacer todo lo que no esté prohibido, y los mandatarios sólo aquello que haya sido previamente autorizado por las legislaciones. Nada más, pero nada menos, dijeron los españoles de la generación del '98.
Pero en los años recientes, en todos aquellos países que hoy crecen por arriba del tres por ciento anual, llámense monarquías, socialismos, autoritarismos o democracias, en todas latitudes del mundo desarrollado, el búho de Minerva ha volado más alto y más velozmente.
En todas las constituciones, menos en México, desde luego, ejem, ejem, ha sido adoptado el nuevo y revolucionario concepto del Estado social y democrático de Derecho, por encima del tradicional y esquemático del estado formal y quieto de costumbre. ¿A qué se refiere?
Debe instaurarse el Estado social y democrático de Derecho
El nuevo concepto de organización y filosofía del Estado se refiere a aquél que está obligado a respetar en todas sus líneas las libertades políticas, económicas, sociales, culturales, religiosas, civiles, profesionales, étnicas, laborales, migratorias, y las prerrogativas fundamentales que hoy adhieren rango constitucional.
Se dice fácil, pero no lo es de ninguna manera. La instauración del Estado social y democrático de Derecho es una de las proclamas realmente modernas que marcan un hito en la evolución de las sociedades civilizadas. Tal vez porque tomó al mundo distraído, sus alcances no han sido suficientemente evaluados en todo lo que significa.
Es ya el cambio absoluto de paradigmas establecidos. El último grito de la moda jurídica que llegó para quedarse, a pesar de que pueda ser criticado por los privilegiados, ésos que en México forman menos del cinco por ciento de la población. El mundo está llamado a cambiar. Las trompetas de Jericó anuncian nueva época.
Ni la belleza ni la felicidad son bienes fácilmente definibles
La Constitución Política de México contiene en su artículo primero toda una serie de derechos garantizados por el Estado que, de ser efectivamente exigidos por parte de la población ante los tribunales, sería imposible su cumplimiento, por la sencilla razón de que no habría los suficientes recursos para hacerlos cumplir.
Cuando se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se olvidaron del derecho a la belleza y a la felicidad. Ambos parecían estar alejados de las necesidades básicas de la humanidad y pertenecer de plano al reino de lo superfluo.
La vida, la libertad, el orden, la propiedad, la opinión, el techo, el alimento y el trabajo eran cosas más urgentes y estrictamente urgentes e importantes. Además, ni la belleza ni la felicidad son bienes fácilmente definibles, parecen depender de las inclinaciones individuales, del gusto o incluso del capricho.
Sin embargo, a medida que la sociedad se sumerge en los pozos de la fealdad, el caos rural y urbano, la contaminación, la basura, la pregunta por la belleza y la felicidad vuelve, siquiera por no olvidar las más altas promesas de la civilización.
Aquí basta la voluntad AMLO para decretar los estados de felicidad
Ya lo decía Borges: "He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer, no he sido feliz". Como verso y como fantasía está bien, pero ¿qué tanto puede vociferar un hombre ser feliz en México cuando según las cifras oficiales somos ciento un millones de pobladores que nos debatimos en la pobreza de todos los rangos medibles?
En Bután, país budista del Himalaya, la riqueza se mide por la Felicidad Interna Bruta, un concepto más holístico y sicológico que el producto nacional bruto. Maneja cuatro medidas: el desarrollo económico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.
Todos los seres humanos, argumenta su Constitución , tienen un mismo deseo: encontrar la felicidad y evitar el sufrimiento, pero muy pocos conocen sus verdaderas causas. La única manera, dicen, es reducir de manera gradual los estados mentales negativos y sustituirlos por la apacibilidad.
Japón, Corea y Brasil, que se agregaron últimamente, no han podido llegar a esas exquisiteces. En México, basta la voluntad del Titular de las Instituciones Nacionales para decretar los estados de la felicidad. "Como México no hay dos", ya lo había cantado Pepe Guízar, como seguramente usted recuerda.
Felicidad en México: un pan en la boca y no morir al ser asaltado
Voltaire, el gran visionario de la Ilustración y del enciclopedismo francés, ya lo había sentenciado: "Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde está, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que deben tener una", dijo el inmortal.
En nuestra América, Pablo Neruda aportó una frase realmente anticlimática: "Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas", argumentó el gran chileno.
Para los olvidados, los de a pie, los famosos "condenados de la Tierra", dijera el enorme Sartre, no hay más cera que la que arde. Para los mexicanos, para la apabullante mayoría que habita en el territorio, la felicidad debe consistir en tener algún alimento que llevarse a la boca y en los momentos críticos de esta existencia ser asaltados, pero no muertos.
No hay inversiones ni empleo, sólo un circo con enanos agigantados
El pueblo mexicano no está feliz. Es hasta ofensivo decirlo. Máxime cuando somos presas de toda ocurrencia, de todo desvarío gubernamental. Cuando estamos a punto de rebelarnos por las injustas condiciones de precariedad que nos azotan todos los días. Uno sí y otro también.
Nadie puede ser feliz si no hay dinero en circulación, si la justicia se venderá a los peores postores y a nosotros sólo nos premian de consolación a través de la propaganda gubernamental, si los delincuentes mayores y sus cómplices andan sueltos, burlándose de nuestras indefensiones.
Si no hay inversión en el campo, ni obras generadoras de empleo, si esto se ha convertido en un circo donde los enanos parecen gigantes, si nadie se da cuenta de los estropicios verbales que están demoliendo nuestra paciencia, base fundamental de la felicidad de la mente, en un Estado que no es ni de derecho formal, ni mucho menos social y democrático de Derecho.
Y peor si en algún momento llega el payaso y carga con nuestros huesos, sin deberla ni temerla.
¿No cree usted?