En macroeconomía tenemos al menos dos modelos principales, por un lado, el keynesiano que postula que el crecimiento económico (medido por el ingreso nacional) está en función del consumo de las familias, la inversión privada de las empresas y el gasto de gobierno. El otro modelo es de los neoclásicos neoliberales y dice que sólo está en función de la empresa privada y el rendimiento de los factores (trabajo y capital). En ambos la empresa es esencial, pero ¿qué pasa cuando son los empresarios los que van contra su propio país?
Algunas teorías señalan que los capitales no tienen patria, que van a ir aún en contra de intereses nacionales, la historia ha dado cierta evidencia empírica que refuerza esta hipótesis. Pero también nos ha demostrado lo contrario, las clases empresariales se han unido en momentos coyunturales para promover un mayor nivel de bienestar, por ejemplo, la semana pasada George Soros, uno de los hombres más ricos del planeta, habló por otros multimillonarios para pedir una aportación mayor vía impuestos y sacar del lento crecimiento a los países desarrollados.
Si los empresarios lo hacen por caridad, humanismo o beneficio no lo discutiremos aquí, pero es claro que entienden los modelos de crecimiento económico: si la economía crece, sus ganancias también crecerán, si la economía no crece, ellos tampoco. Pero, la clase empresarial no se comporta de manera homogénea en el mundo, muchos estudios muestran esas diferencias. La mayoría coincide en la poca vocación emprendedora y productiva que tienen las oligarquías latinoamericanas. De acuerdo con estos análisis, la clase empresarial latinoamericana tiene una gran aversión al riesgo y bajos niveles de innovación, invierte poco y espera altas tasas de retorno, tiene baja responsabilidad social y es poco proclive a mostrar empatía con el entorno.
En línea con las teorías anteriores, mientras la clase empresarial gringa mostraba disposición de aportar una tasa impositiva más alta, se revelaba en nuestro país el fraude fiscal millonario en el que incurrieron al menos 8 mil empresas entre 2017 y 2018.
Aún no sabemos su nombre, pero pronto dispondremos de los datos. Estas empresas falsificaron o simularon operaciones con más de 8 millones de facturas. En total, estuvieron en juego, 1 billón 600 mil pesos, lo que equivale a una tercera parte del presupuesto público para 2019. Por esta cantidad, debieron pagar al menos 354 mil millones de pesos que es poco menos del 10% del presupuesto total y casi el 2% del Producto Interno Bruto de 2017.
Hay dos actos verificados en estos medios, la evasión fiscal que significa falsear información a la autoridad hacendaria para no pagar impuestos y la elusión fiscal que significa utilizar los medios legales disponibles para que a beneficio propio se disminuya la carga fiscal. ¿Por qué actúan de esa manera los empresarios mexicanos? ¿No tienen acaso amor a la Patria?
Un maestro de economía cubano me decía que cuando hay crisis económica también hay crisis de valores. Hoy sabemos que el periodo neoliberal no sólo pudrió la economía nacional, sino también los marcos axiológicos de los individuos que inescrupulosamente apostaron contra la Patria.
La siguiente gráfica muestra el tamaño de fraude fiscal. Observe que si los empresarios hubieran pagado correctamente sus impuestos, hubieran alcanzado para financiar 14 años del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), ¿se imaginan el crecimiento exponencial si ese dinero se hubiera invertido en el desarrollo del conocimiento?
Elaboración propia con datos de Secretaría de Hacienda
El tamaño del fraude también equivale a casi 3 veces el monto destino a Salud; la atención médica se hubiera universalizado, pues si el presupuesto actual atiende a poco más del 60% de la población, triplicarlo hubiera asegurado medicamentos, hospitales y personal. También equivale a 1.2 veces el presupuesto para la Secretaría de Educación Pública; hubiera sido un sueño alcanzar la educación gratuita para todos.
Pero gobierno y empresarios estaban envueltos en esta mafia cómplice. Las autoridades del SAT sabían lo que pasaba, pero no hicieron nada al respecto, lejos de disminuir, los montos evadidos aumentaron.
Si queremos una Patria nueva, todos debemos contribuir. En este barco jalamos todos o nos vamos a hundir. Los empresarios que evadieron deben entender que además de por responsabilidad, pagar impuestos, les conviene para tener mayores ganancias.
*Profesor-Investigador Facultad de Negocios, Universidad La Salle México
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores
Twitter: @BandalaCarlos