Al presidente Andrés Manuel lo distingue respecto de la mayoría de sus antecesores que con mucha frecuencia dice lo que piensa. Y lo hace, por lo general, en contacto directo con sus electores –30.1 millones de votos aunque a algunos les irrita que se recuerde–, y los gobernados que lo apoyan son muchos más, durante sus giras de trabajo a ras de tierra, práctica que ejerce como nadie desde 2005 por todo el país, cuando perdió la Presidencia de la República por la gandallez –“carencia de toda ética y moral”– de Vicente Fox y Felipe Calderón, sobre todo de la plutocracia mexicana y del entonces presidente estadunidense George W. Bush.
Dijo López Obrador en el mitin de Atlixco, Puebla, el sábado 22, “Estoy acostumbrado. No me hallo en la oficina, no me hallo en el Palacio (Nacional). Tengo que andar en los pueblos porque así inicié mi lucha y así quiero continuar”.
Y lo dijo Obrador cuando el desinformado de Fox Quesada descubrió que el presidente vivirá en Palacio Nacional porque “es lo único a su medida” y en seis meses se “enfermó de poder”. El expresidente no se entera todavía del anuncio que hizo en varias ocasiones el presidente desde hace meses y que materializará en julio, cuando Jesús Ernesto, su hijo menor, concluya la primaria vivirán en el departamento que mandó construir y usó Calderón Hinojosa quizás para cuando abusaba del dios Dionisio. Es decir, a diferencia del bufonesco Fox que mandó construir las cabañitas en Los Pinos, para él y la ahora enriquecida Marta Sahagún, igual que Manuel, Jorge Alberto y Fernando Bribiesca.
Fox es el extremo opuesto de lo que diga y deje de hacer AMLO por la sencilla razón de que no es capaz de asimilar la derrota de su partido, Acción Nacional, aunque trabajó para José Antonio Meade, el exitoso funcionario de HSBC, también derrotado en las urnas. Y dos fracaso juntos para el cerebro de Fox es demasiado complejo para asimilarlo, pues casi nada aprendió de su asesor consentido Jorge German Castañeda, el estratega y analista incapaz de criticarlo con el pétalo de una palabra y menos así mismo (autocrítica) por la escandalosa derrota que sufrió en las urnas Ricardo Anaya.
Ya se puede usted imaginar la retahíla de críticas que en automático recibirá Obrador, por ejemplo, del presidente de Acción Nacional, Marko Cortés, un cínico capaz de convertir en un “gran triunfo electoral” la pérdida de las gubernaturas de Baja California y Puebla, a manos de Morena. Entre muchos políticos que parasitan de la crítica (indispensable) al titular del Ejecutivo, pero en demérito de las propuestas alternativas.
La extraordinaria comunicación directa AMLO con los gobernados es dable porque las formas y los contenidos de los mensajes rebasan cartabones y solemnidades de los actores políticos, además de transmitir estados de ánimo y experiencias personales en interacción con ciudadanos y seguidores.
Bien valen la pena las críticas de todo tipo, incluidas las de los que están a la caza de los errores, incumplimientos y desatinos del presidente –como Ciro Gómez Leyva sólo porque AMLO llamó “gobernadora electa” a la difunta Martha Érika Alonso, cuando el señor siempre justificó los dislates de Enrique Peña–, y aun las expresiones de “descontento” organizadas por Antorcha Campesina y la jovencita que le mostró el dedo de en medio, en lo que se considera una grosería. Eso es la libertad de expresión y desacralizar la institución y la figura presidenciales, pero sin poner en riesgo su integridad física e intelectual.